P. Carlos Romo Sanz
Pfarrer in Iquitos (Peru)
Weihnachten 2022 -A-
20221224_Misa de navidad
¿Es Cristo fruto de una fantasía, un cuento de niños para tiempos de Navidad? Ciertamente tiene un aire de fantasía y de algo sólo recreable en la fantasía de cada uno. Ángeles que aparecen volando. Una mujer que da a luz un hijo sin que hubiera tenido relación con un hombre, y que además si el hijo es concebido sicobiológicamente por una mujer, como persona es, sin embargo, fruto del Espíritu Santo. Y lo que es fruto del Espíritu Santo es Dios en Él, Él es Dios. La persona no es fruto de una mujer y, como consecuencia, tampoco fruto de una evolución o de una creación en evolución. El resultado es lo que venimos en llamar un Dios hecho hombre. Es una persona con dos naturalezas: una naturaleza divina que ha asumido otra naturaleza distinta que es la humana. Eso celebramos aquí y ahora.
El hecho de la encarnación de una persona divina es narrado de una forma fuera de lo normal. Se anuncia a María la encarnación de Cristo en ella mediante ángeles. Igualmente es anunciado por ángeles el embarazo de María a S. José y es anunciado nuevamente por ángeles el nacimiento de Jesus a los pastores. El hecho extraordinario y único es el de un Dios que se hace hombre para vivir como hombre entre los hombres. Este Dios hombre es objeto de contemplación por nuestra parte en cada momento de toda nuestra vida, porque tenemos el poder espiritual de sentar a Cristo en el centro de nuestra consciencia. Podemos hacer que Cristo, el Dios hecho hombre, se convierta en el centro de nuestra vida espiritual. Ésta gira alrededor de Él: yo estoy en Él, Él está en mi.
Hay muchos puntos de enlace con los cuales podemos establecer relaciones con Él. Cada palabra suya puede ser un vínculo con él. “Quien no me ama a mí más que a su madre o a su padre o a su hermano, no es digno de mí”. Y eso podemos hacerlo verdad en nosotros. O la frase de “ama a Dios con todos tus pensamientos, todas tus fuerzas, toda tu alma y todo tu corazón” la puedo hacer realidad en mi relación con Él. Las palabras nos vinculan. Pero también nos vinculan las fuerzas espirituales de las que nos hablan las palabras. Por ejemplo el amor de Dios, el amor que Dios nos da, y se hace nuestro, nos vincula con Cristo. Ese amor es Dios en nosotros y nosotros en Dios en el momento en que amamos. El amor es relacional.
Este amor nos lleva a mantener un culto religioso. Este amor nos lleva a mantener un contacto en oración interior donde contemplo su presencia y me siento feliz, en armonía y en paz. El cielo se me hace real y presente. Hay otras convicciones interiores como la de sentirme hijo de Dios Padre, casa donde Dios Padre vive. Orar es sentirme con Él en esa casa de mi consciencia interior. Podemos hablar de la fe, del amor que nos une a las personas divinas. Las personas divinas nos hacen partícipes de todo lo que ellas son. No sólo nos perdonan los pecados, también nos borran del espíritu toda mancha de mal. Es lo que se dice, que ellas nos purifican del mal. Eso es el comienzo. A ello se sigue también el que nos santifica, nos enriquece interiormente de virtudes y dones, nos llena de beatitudes, es decir, de paz, de alegría, de felicidad. Todo ello lo sentimos en lo más profundo de nosotros mismos. Somos hijos de Dios. La gran alegría, la buena nueva, que anunciaron los ángeles a los pastores es la que llevamos dentro nosotros mismo, la que nos brota de dentro de nosotros porque Dios nos lo proporciona cuando le amamos a Él. Este nacimiento de Dios llevado a cabo en nosotros es lo que podemos celebrar con fundamento al nacimiento histórico de Cristo en este mundo. Este nacimiento al que me refiero ahora es el nacimiento místico, diríamos espiritual, en nosotros. Es al que se refería Cristo en su conversación con Nicodemo. Nos queda celebrar el encuentro final en los cielos donde podamos compartir nuestra santidad ganada en esta vida con la santidad de Cristo y el Padre en un único abrazo. Este nacimiento de Cristo en nosotros también lo celebramos en Navidad. Cristo Dios con su nacimiento como hombre ha hecho posible que nos podamos unir con Dios Padre místicamente para vivir en relación filial: un hijo que vive abrazado en la eternidad y para la eternidad con su Padre eterno.
25. Sonntag 2022 -C-
20220918_25 Domingo del Tiempo Ordinario
Cristo nos llama hijos de la luz. Con ello pensaba en todo hombre que escuchaba su palabra. Hoy es válido para todos nosotros. Ser hijos de la luz significa dos cosas. Una es que somos hijos de Dios. Segunda que le escuchamos. No unimos a Él con la escucha. Dios habla y nosotros le escuchamos. No es suficiente la palabra. Esta requiere la escucha de alguien, que somos nosotros. Requiere la acogida y el hacerla propia. Cristo la comparará con una simiente de la que brota un cielo. Ahora diriamos, que nos hace ser hijos de Dios. Ser hijo de Dios significa, pues, que estamos en relación con Dios. Es una relación de hijos. Dios es el origen. Los hijos provienen y reciben todo del Padre. De Él reciben el explendor que les hace ser luz. Dios es el Sol, es Luz. Nosotros somos la luz que recibimos de El. Con ello podemos entender que Dios está en nuestro espíritu y que en éste tine el explendor que Dios le deja.
Pero este hijo de la Luz, este hijo de Dios, vive en un mundo que él mismo ha construido, una ciudad donde encuentra de todo y donde puede satisfacer las necesidades fundamentales y hasta donde puede encontrar una felicidad satisfactoria. Es el mundo sensible, inmediato. El mundo de la luz queda relegado, oculto. No aparece a primera vista porque el hombre tiene que mirar dentro de si y en silencio escuchar la palabra que Dios le transmite en lo oculto de uno mismo. Ahí es donde está Dios. Este mundo oculto, donde está Dios y está la Luz, es el espíritu y su consciencia. Tenemos por tanto dos mundos: el mundo del sol y de la tierra que alimenta y el mundo espiritual de Dios que alimenta nuestro espíritu. Esos son los dos soles que dan vida al hombre: el sol físico y Dios. Son dos mundos. A uno lo llama Cristo Mamón y al otro Dios.
Cristo nos llama atención: cuidado! No sirváis al Mamón! El Mamón soy yo mismo cuando me pongo como centro y me dispongo a servirme o que todos me sirvan. Es decir, yo busco la plena satisfacción de mi mismo. Yo soy el centro de todos. Es el mundo del sol físico. Cuando yo me pongo a servir a mi Padre, me pongo en relación de hijo de la Luz, busco mi satisfacción y mi felicidad en Dios. De Él me viene todo. El nos dice que no sirvamos al Mamón porque no podemos servir a dos señores que son contrarios y el único que merece la pena de servir es el mundo de Dios. En este servicio nos convertimos en hijo de la Luz.
Pero Cristo no es un destructor del mundo del Mamón. El mantiene una actitud inteligente. Ganaros con él el mundo de la Luz. El nos asegura. Ese mundo del Mamón tiene sus días contados. Los científicos han calculado ya cuantos días de vida le quedan al sol. Cristo no ha dado ni fecha ni tiempo, pero ha asegurado su fin. Nosotros tenemos que vivir en este mundo de una manera inteligente. Cristo lo ilustra con la historieta del servidor infiel y astuto. Se trata de un hijo del Mamón, que utiliza la corrupción, la coima para ganarse amigos para su mundo. Para Cristo la inteligencia consiste en usar el mundo para ganarse el cielo, a manera como el hijo de Mamón lo haga ganarse bienestar en este mundo. Con ello quiere decirnos qe nos santifiquemos en este mundo: sed justos en un mundo que es por naturaleza injusto. Buscad la Verdad en un mundo que está dominado por la falacia y el engaño. Luchar contra ello. Todo ello os servirá para entrar en el mundo de la luz, para haceros crecer como hijos de la Luz. Eso es lo que tiene valor. Cristo nos revela aquí que su valor radica en la “morada eterna”. El hijo del Padre, el hijo de la Luz vive en una Morada Eterna. La morada eterna es la morada donde está Dios Padre, la morada eterna es nuestro espíritu, que está habitado por el Padre, donde El está presente como aquel que nos constituye, nos forma, nos estructura como personas, como hombres. Cristo nos abre la puerta a ese mundo de la Luz eterna, a esa eternidad. Entramos por la puerta en la medida en que seamos honrados, santos, justos. El que no es horando con lo mínimo, en este mundo del Mamón, tampoco lo será en el mundo de la Luz. El honrado es el inteligente que hace buen uso de este mundo. Lo que separa el mundo del Mamón del mundo de la Luz es todo amor propio, todo apego a si mismo, toda dependencia de uno mismo. Dicho de otra forma es la falta de santidad: El amor a sí mismo en todas sus formas nos hace hijos del Mamón. La santidad nos hace hijos de la Luz. Por ello Cristo nos enseña el camino de la santidad y nos conduce con su gracia y su palabra a la Luz, a la Luz de la Verdad y de la Santidad.
Cristo hombre es nuestro Mediador. Eso quiere decir también que es nuestro Salvador. Como Salvador quiere que todos los hombres lleguen a la Verdad. Esta no puede ser otra que el mundo eterno de la Luz. Poseer el mundo de la luz significa poseer la Verdad. Esta es sola una, la que enseña la Iglesia Católica, que en la Linea doctrinal de S. Pablo, es “maestra de las naciones en la fe y en la verdad”. Nosotros nos hacemos con el mundo de la Luz en la medida en que participemos de la vida que Cristo nos comunica, en la medida en que Cristo está con nosotros. Cristo con nosotros se hace Mediador nuestro para entrar en el mundo de la Luz Eterna. Él no sólo nos perdona los pecados, sino también nos santifica, nos llena de Luz y nos hace entrar en el mundo de la eternidad. Eso es salvar, redimir. La Palabra nos guía, pero eso requiere el servicio de toda nuestra persona con un recto uso de este mundo, que está destinado a morir y que es un mundo oscuro, lleno de pozos negros que todo se traga. El mundo de la Luz es el mundo del explendor de la Luz que a todo da vida. La luz es vida. Sin la luz no hay vida. La Luz Eterna tendrá una vida Eterna. Nosotros somos hijos de la Luz, es decir, nosotros vivimos en un mundo de Luz y Vida. Todo no al Mamón es un paso más en el mundo de la luz. Es un entrar más adentro en el mundo de la Luz eterna. El hombre sin el servicio a la palabra no llega a la Luz.
20220123 3 Sonntag im Jahreskreis_C
20220123 3 Sonntag im Jahreskreis_C
Neh 8,2-4.56.8-10; 1 Kor 12,12-31;Lk 1,1-4; 4,14-21
Sie kennen die beiden gegensätzlichen Wörter „Schein“ und „Sein“. Wilhelm Busch schreibt in seinem Buch „Schein und Sein“ folgendes: „Mein Kind, es sind allhier die Dinge, / Gleichwohl, ob große, ob geringe, / Im Wesentlichen so verpackt, / Daß man sie nicht wie Nüsse knackt. / Wie wolltest du dich unterwinden, / Kurzweg die Menschen zu ergründen. / Du kennst sie nur von außenwärts. / Du siehst die Weste, nicht das Herz“. Vor einigen Tagen gab es eine Natur-Katastrophe, die große Aufregung verursachte. Ein Untersee-Vulkan im Pazifik ließ bis zu 20 Kilometer hoch eine Aschewolke aufsteigen. Sie verursachte einen Tsunami und seine Eruption ließ sich noch bis in 2000 km Entfernung spüren. Der Schein war so groß, dass er viele Regionen in Angst und Schrecken versetzte. Das ist der Schein. Was unten in der Erde brennt, ist ein Geheimnis der Natur. Es ist das Sein der Natur.
Paulus sagt zu uns Christen, zu uns als Gemeinde, dass jeder von uns ein Glied von einem Leib ist. Und genauer ist jeder von uns ein Mitglied des Leibes Christi. Dieses Bild scheint vor uns. Wir können es uns in der Vorstellung einbilden. Darunter ist zu verstehen, dass jeder von uns etwas für die Gemeinde ist, etwas macht für Christus, auch wenn nur die Teilnahme am Gottesdienst ist. Er hilft für die Erhaltung der Kirche oder zeigt ein gutes Verhalten vor den Menschen auf Grund des Glaubens. Oder einfach, indem sie vor Andersglaubenden bekennen: ich bin Christ, ich bin katholisch. Wir haben ein Ansehen vor dem Menschen als Menschen. Das ist unser Schein. Wir haben schon am letzten Sonntag gehört, dass jeder von uns ein Charisma, eine Gnade, eine Kraft bekommen hat und wir damit die Gemeinde bereichern. Was für ein Bild wir vor der Gesellschaft abgeben, ist eine andere Frage. Christus lehrt uns, wie es sein sollte. Er sagt, wir sollen uns lieben, wie er die Jünger geliebt hat. Wir sollen eins sein, wie er mit dem Vater eins ist, Christus im Vater und der Vater in Christus. Wir sollten also ein Ansehen haben, ein gutes Bild abgeben, ein guter „Schein“ sein. Aber eigentlich haben die Katholiken als Kirche kein gutes Ansehen. Wir scheinen mehr ein Untersee-Vulkan zu sein als ein traumhaftes Schloss.
Als Leib Christi haben wir einen Schein und ein Sein. Das Sein ist gut „verpackt“, wie Wilhelm Busch sagen würde. Was ist unser Sein als Gemeinde? Was ist unser Herz? Wenn wir überlegen und aufmerksam Paulus lesen, bekommen wir von ihm eine Antwort: „jeder Einzelne ist ein Glied an ihm“. Das bedeutet, dass jeder von uns eine Verbindung, eine Einheit mit Christus haben soll. Wir treffen uns persönlich mit Christus in unserem Inneren. Sein Geist bewegt uns. Wir werden durch diesen Geist „getränkt“. Wir haben dann nicht mehr Durst. Was Christus für jeden von uns ist, erkennt er selbst. Keiner von uns erkennt, was Christus für den anderen ist, denn wir kennen nur von „außenwärts“, wie Wilhelm Busch sagt. Aber das ist das Herz, das dem Leib der Gemeinde das Leben gibt.
Unser Leben als Christen, als Kirche hängt ab von der persönlichen Beziehung und Vereinigung mit Christus. Ich soll diese persönliche Begegnung mit Christus haben und von ihm und seinem Evangelium getränkt sein. Ich habe zwei Wege, die mich zu ihm führen. Die tägliche Lesung des Evangeliums und auch das tägliche Gebet in Schweigen vor mir, damit ich Christus empfinden kann. Christi Worte sind: „wer meine Worte hört und danach handelt, zu dem werde ich kommen und in ihm einwohnen“. Wenn er dann in mir ist, tränkt er mich mit seinem Geist. Und aus diesem Geist kann ich einen wahren und gerechten Schein an die Gemeinde geben. Der Schein ohne das Sein von Christus im Herzen des Glaubenden ist ein armer, unwürdiger Schein, der nicht von Christus kommt. Wenn einer aber im Herzen Christi ausruht, heiligt er sich. Und er bringt die Heiligkeit in die Gemeinde.
Seine Landsleute suchten und erwarteten den Schein von Wundern, aber sie waren nicht bereit, seinem Evangelium zu folgen. Das Resultat war, dass sie aufsprangen und Jesus zur Stadt hinaustrieben; sie brachten ihn an den Abhang des Berges, auf dem ihre Stadt erbaut war, und wollten ihn hinabstürzen, sagt Lukas Evangelium weiter. Das Schein und Sein gehen zusammen. Das Sein tränkt den Leib mit Leben. Der Schein des Leibes ohne Sein ist ein Leib ohne Leben. Suchen wir also das Sein und das Leben, den personalen Kontakt mit Christus in Wort und Gebet. Er gibt uns dann Leben.
20220109_Taufe des Herrn_C
20220109_Taufe des Herrn_C
Tit 2,11-14;3,4-7; Lk 3,15-16.21-22
Eines der großen Probleme der Menschen ist die Arbeitslosigkeit. Diese verursacht Armut in der Gesellschaft. Aber wer in einer Firma arbeitet, kann nicht unbedingt sagen, dass er das Geld aus der eigenen Hände Arbeit verdient. Wer in einer Autofabrik arbeitet, ist abhängig auch von der Arbeit seiner Kollegen und vor allem vom Unternehmer. Wir kommen hier zur Eucharistie und stehen vor einer Arbeit: „unser Inneres wird neu geschaffen nach dem Bild Christi“, so haben wir gebetet im Tagesgebet. Um dieses Innere neu zu gestalten, behauptet Paulus, haben wir die Gnade Gottes bekommen. Sie ist uns in der Taufe geschenkt worden. Gott Vater ist also der Unternehmer. Er gibt uns die Gnade und wir sollen damit arbeiten. Mit dieser Gnade können wir in unserem Inneren das Bild Christi gestalten. Das ist unsere Arbeit. Das Bild Christi in uns bauen wir nicht allein mit unserer Arbeit, sondern wir brauchen dazu die Gnade in allen ihren Formen. Es ist wie eine große Fabrik. Jeder hat zur Verfügung, was er zu seiner Arbeit braucht. Das ist die Gnade, die jeder bekommt.
Gnade ist die Gotteskraft in uns, Gottes Wirkung in uns. Und wir sollen diese Kraft für dieses Ziel einsetzen. Paulus spricht von Erziehung, „sie erzieht uns dazu“. Um dieses Christus-Bild im Inneren bauen zu können, um ein neues Auto zu bauen, müssen wir „uns von der Gottlosigkeit und von den irdischen Begierden lossagen“. Das wäre ein Anfang, erstmal eine Reinigung, loslassen, lossagen. Dann soll ich mir in meinem Inneren etwas Neues beibringen. Wir sollen lernen, besonnen, gerecht und fromm zu leben, das bedeutet, das Gute klar in Gedanken zu haben, nach dem Guten zu handeln, und alles durch Liebe an Gott zu tun. Das sagt uns Paulus mit diesen drei Worten: „besonnen, gerecht und fromm“. Das Resultat von alldem ist, dass wir eine Gemeinschaft werden, die „voll Eifer danach strebt, das Gute zu tun“.
Es könnte leicht sein, den Inhalt dieser drei Worte zu erlangen. Aber es ist Frucht der Gnade in uns mit uns. Die Gnade ist der Samen, den Gott Vater in uns gesät hat. Wir sind von ihm geschaffen und wir gehören zu ihm. Die Gnade ist die Wirkung Gottes in uns, damit die Samen sich entwickeln und Früchte tragen. Er heiligt uns mit uns. Wir mühen uns, gerecht zu werden. Dann heiligt er uns und so sind wir gerecht. Gnade ist die wirkende Präsenz Gottes in unserem Geist. Das ist auf Deutsch „heiligmachende Gnade“. Aber sie wirkt nicht, wenn ich nicht mitmache. Gott ist der Unternehmer. Er stellt uns alles zur Verfügung, damit wir das Auto aufbauen können. Dann bekommen wir den Lohn. Danach komme ich nach Hause und kann damit vieles kaufen, aber natürlich etwas Gutes. Die Gnade heiligt mich. Dann kann ich damit viel Gutes machen.
Welchen Sinn hat das Leben für uns? Dass eine Stimme aus dem Himmel uns sagt, „du bist mein geliebter Sohn“. Das soll kein schönes Wort sein, sondern dass „wir es in Wahrheit sind“. Das wird im Schlussgebet gesagt. Ich bin in Wahrheit Kind Gottes, wenn ich mich heilige.
Das ist es, was Christus mit seinem Evangelium erreichen möchte. Deswegen verbindet er die Annahme des Evangeliums, das Hören des Evangeliums mit der Taufe. Denn die Taufe bedeutet den Empfang der Heiligmachenden Gnade. Im Schlussgebet sprechen wir, „Gib, dass wir gläubig auf deinen Sohn hören, damit wir deine Kinder heißen und es in Wahrheit sind“.
Die Gnade scheint in der christlichen Sprache ein abstraktes Wort zu sein. Aber wenn es so ist, dann, weil ich Gott in meinem Leben nicht empfinde. In mir ist konkret und real die irdische Begierde und sogar die Gottlosigkeit. Zu einem solchen Menschen würde ich sagen: Geh hinein in dein Inneres, wo der Hl. Geist wohnt und wo du das Bild Christi in dir bilden sollst. Dann kannst du Christus und seine Gnade als etwas Reales und Konkretes empfinden, denn deine Personalität ist Christus ähnlich. Du sollst ihn in dir schaffen. Aus dem Samen der Gnade soll also eine göttliche Personalität als Frucht hervorgebracht werden. Dann bist du „Kind Gottes in Wahrheit“. Das gibt uns ein Recht darauf, „das ewige Leben zu erben“, wie Paulus uns sagt.
2. Sonntag im Jahreskreis 09JAN2022
2. Sonntag im Jahreskreis
Jes 62,1-5; 1 Kor 12,4-11; Joh 2,1-11
Wir haben eine neue Regierung und neue Minister. Alle sind wir aufmerksam und beobachten, ob diese klug handeln. Besonders passen wir beim Gesundheits-Minister auf. Es gibt in der Regierung mehrere Minister und einen Ministerpräsidenten. Bei uns als Gemeinde läuft es ähnlich. Es gibt einen Geist, einen Ministerpräsidenten, für alle Gläubigen oder Mitglieder. Ein Geist, ein Herr, ein Gott. Und wir sind seine Minister. Die Aufgabe als Minister besteht darin, dass ich etwas für mich bekomme und für das Wohl der Gemeinde weitergebe. Es gibt nichts für mich selbst. Die Aufträge haben die Form von Gnadengaben, Kräften oder Diensten für die Gemeinde. Zum Beispiel bekommt einer die Gnadengabe der Weisheit und Erkenntnis, um die anderen zu lehren und zum Guten zu führen. Ein Anderer bekommt das Charisma, der Gemeinde zu dienen. Er sorgt sich um das Wohl der Gemeinde. Der eine Geist sorgt dafür, dass die Gemeinde in allen Bereichen des spirituellen Lebens versorgt ist. Ist das bei uns nicht so? Einige haben wichtige Gaben wie die Weisheit und Erkenntnis. Alle brauchen Weisheit und Erkenntnis. Also wer diese Gabe hat, soll den anderen die Weisheit und die Erkenntnis weitergeben. Paulus spricht sogar von der Gabe Wunder zu tun, so wie Christus, der das Wasser in Wein verwandelte. Paulus bestätigt, „Das alles bewirkt ein und derselbe Geist“. Der Geist wirkte in Christus, Wunder zu tun. Er machte die Wunder und die Apostel „glaubten an ihn“.
Wir stehen hier als Gemeinde um Christus zusammen. Wir stehen hier als Kinder Gottes. Aber der Heilige Geiste ist jener, der uns mit den Gaben und Kräften als Familie zusammenhält. Der Geist bewirkt alles in allen. Er ist der Ministerpräsident. Was ich empfinde, dass ich etwas von Gott bekommen habe, ist mir vom Heiliger Geist inspiriert. Der Heilige Geist wirkt, was der Vater uns geben möchte. Das ist ein Grundstein unseres Glaubens. Es lautet: Gott wirkt in uns, wenn ich ihn zulasse.
Der andere Grundstein besteht dann darin, dass wir sie, den Vater und den Heiligen Geist, wirken lassen. Es ist uns sehr leicht möglich, Gott daran zu hindern, dass er in uns wirken kann. Gott wirkt in uns, wenn wir die Haltung eines Empfängers, eine Offenheit besitzen. Wer geschlossen in sich ist, kann keine Wirkung Gottes empfangen. Die Haltung der Offenheit ist die Haltung des Gebetes. Aus dieser sagen wir zu Gott: Sagst du zu mir alles, was du von mir möchtest, dann werde ich es befolgen. Es ist eine Haltung von Gehorsam, von Liebe zu Gott mit meinen ganzen Gedanken, meinem ganzen Wollen und mit meiner ganzen Freiheit (Einigungskraft). Christus trägt jedem auf, der ihm nachfolgen möchte, ihn mehr zu lieben als seine Kinder, seine Eltern, seine Frau. Wer in einer solchen Haltung des Gebetes lebt, wird von Gott ständig begleitet. Er ist ständig vor mir. In dieser Haltung oder Beziehung bereichert er mich mit Weisheit, Erkenntnis, Liebe, Kraft, Dienstbereitschaft.
Der dritte Grundstein ist, dass ich alles, was ich bekomme, mit der Gemeinde teile, mit den Menschen. Wir haben gebetet im Tagesgebet, „stärke alle, die sich um die Gerechtigkeit mühen“. Die Gerechtigkeit habe ich von Gott bekommen, damit ich mich mühe, die Gerechtigkeit unter den Menschen zu fördern. Ich bekomme von Gott Weisheit, damit ich den Menschen den Weg der Gerechtigkeit zeige. Wir als Gemeinde stehen auf diesem dritten Grundstein, aber nicht ohne die anderen beiden.
Wir sollen uns dann fragen, was gebe ich der Gemeinde, das ich vom Hl. Geist empfangen habe. Es geht um eine spirituelle Gemeinde von Kindern Gottes, mit dem Ziel heilig zu sein, wie Gott Vater heilig ist mit dem Blick zur Ewigkeit. Das ist, was Christus von uns wollte und will. Das ist, was der Vater und der Heiliger Geist in uns wirken auf der Basis dieser drei Grundsteine. Die Steine passen zueinander und auf diesen bauen wir unsere Personalität als Kinder Gottes auf. Wir werden reich im Geiste und wir werden fruchtbar in der Gesellschaft, in der Familie, in der Kirche. Eine Frage über „die Fähigkeit, die Geister zu unterscheiden, ist, ob das, was ich an die Gemeinde gebe, aus Gott kommt oder ob es aus meiner eigenen Welt kommt, die Gott fremd gegenübersteht. Daher soll ich mich fragen: Gehöre ich Gott oder gehöre ich mir? Stehe ich zu Gott im Gebet oder stehe ich nur zu mir?
02012022_2.Sonntag nach Weihnachten_C
02012022_2.Sonntag nach Weihnachten_C
Die Hoffnung bewegt die Menschen. Sie ist wie die Luft, die wir atmen. Wir suchen frische Luft, um richtig atmen zu können. Wir suchen nach etwas, was wir nicht haben, was wir aber brauchen und was sogar notwendig für unser Leben ist. Wir brauchen sie, um wohl zu leben und glücklich zu sein. Diese Hoffnung bewegt den Menschen wie eine gesunde und sichere Quelle der Elektrizität. Als Quelle wurde die Elektrizität aus der Kohle gewonnen, dann aus Atomkraft. Aber diese wurde als zu gefährlich eingeschätzt nach schweren Unfällen in Russland und Japan. Die Kohlekraft wurde als zu gefährlich für die Umwelt eingestuft. Aber die Hoffnung, Elektrizität zu Verfügung zu haben, drängt den Menschen zu neuer Quelle von Elektrizität, denn wie brauchen sie, um unsere Welt in Wohlstand und Entwicklung aufrecht zu halten.
Christus setzt in uns eine Hoffnung, die uns und unser Leben bewegt, eine „Gemeinschaft mit Christus im Himmel“ zu bauen. Diese „Gemeinschaft mit Christus im Himmel“ ist die Quelle der Hoffnung. Und diese Hoffnung bewegt unser ganzes Leben, sozusagen sehen wir „die Gemeinschaft mit Christus im Himmel“ als Ziel, als Ort, wo wir glücklich werden, und als den größten Wohlstand, den wir als Menschen erreichen können. So eine Quelle zu finden ist nicht allen Menschen zugänglich. Sie brauchen den Glauben an Christus. Der Glaube bedeutet die Elektrizität im Leben. Die Gemeinschaft mit Christus im Himmel ist der Wohlstand, das Glücklichsein des Lebens. Das ist nicht bloß ein guter Gedanke, sondern es ist Seligkeit, Freude, Frieden, Glückseligkeit, Festigkeit, Erfüllung im Leben. Paulus versteht darunter, sich als „Kind Gottes“ zu wissen, „allen Segen von Gottes Geist“ zu haben. Diese Gemeinschaft ist die Quelle der Hoffnung. Die Hoffnung ist die Kraft, die uns bewegt, diese Gemeinschaft mit Christus in Himmel zu erreichen. Wir hoffen sie zu erreichen.
Und die Kraft ist nicht aus dem Atom, nicht aus Kohle, nicht einmal aus dem Wind genommen, sondern sie ist uns von Gott gegeben. Sie gehört deswegen zu unserer göttlichen Natur. Diese Kraft der Hoffnung setzt uns in Bewegung. Wir suchen den Geist der Wahrheit, damit wir richtig erkennen, wohin uns diese Hoffnung bringt. Deswegen ruft Paulus uns zu: „versteht ihr, zu welcher Hoffnung ihr durch ihn, Christus, berufen seid“. So groß ist diese Hoffnung, dass es nur einer verstehen kann, der den Glauben hat. Wir versuchen im Leben, „heilig und untadelig“ zu sein, sagt uns Paulus. Das können wir vollziehen mit der Kraft der Hoffnung. Denn Hoffnung ist Kraft, die in unseren Willen eingelegt ist. Wer keine Hoffnung hat, der bewegt sich nicht. Wer sie hat, bewegt sich in die Richtung, die die Hoffnung aufzeigt.
Wir haben gesagt, dass die Kraft der Hoffnung weder aus dem Atom, noch aus Kohle, noch aus Wind gewonnen wird, sondern dass sie aus Gott gewonnen wird. Johannes formuliert das im Evangelium, indem er sagt, „dass wir aus Gott geboren sind“. Wir haben den Glauben und die Hoffnung von Gott und deswegen können wir die Gemeinschaft mit Christus im Himmel erlangen. Diese Kräfte haben wir aus dem Himmel gewonnen, damit wir zum Himmel gelangen.
Auf Grund des Glaubens und der Hoffnung erkennen wir, dass wir Gemeinschaft haben mit der Natur und den Tieren. Wir alle gehören zu derselben Schöpfung, aber wir sind auch Kinder Gottes und aus diesem Grund sind wir dafür bestimmt, nicht der Erde verhaftet zu bleiben, sondern in der Ewigkeit mit Gott Vater zu leben. Das glauben wir und deswegen setzen wir unseren Glauben und unsere Hoffnung auf diese Ewigkeit mit Gott Vater und auf die Gemeinschaft mit Christus im Himmel.
Die Hoffnung kennzeichnet unser Leben. Wir haben eine lebendige Hoffnung und wissen genau, worauf wir hoffen. In dieser Hoffnung ruht unsere Liebe. Sie ist Quelle unseres Glücks, unser Friede und unsere Freude. Diese Hoffnung hält uns lebendig im Geist.
20211212-3 Adventssonntag_C
20211212-3 Adventssonntag_C
Alle Menschen haben die Sehnsucht nach einem glücklichen Ort, wo sie mit Freude leben können, ohne Streit und Feindschaft, in voller Harmonie unter den Menschen und mit der Natur; wo man den Frieden empfinden kann. Die Menschen haben sich immer solche Orte gesucht und erdacht, wie „Alice im Wunderland“. Diese von Menschen ausgedachten Orte werden Utopie genannt. Und das bedeutet: diesen Ort gibt es nicht. Und jetzt verkündet uns Paulus: Freut euch, sorgt euch um nichts! Können wir das für machbar halten in einer Zeit der Pandemie und des Streites um 2G, in einer Zeit der Flüchtlinge in Lagern und der auf der Flucht im Meer Ertrunkenen, in einer Zeit von Krieg, Hunger und Naturkatastrophen? Gibt es heute einen Ort, an dem wir Freude erleben können? Oder es ist eine Utopie, was uns Paulus sagt?
Der Ort ist Christus. Das sagt uns Paulus, Freut euch im Herrn, bewahrt den Frieden Gottes in Christus! Ist dieser Christus, der den Frieden gibt, wie er selbst sagte, eine Utopie oder ist er ein Ort, der zu finden ist? Das Gebot, in Christus zu sein, wird uns in vielfältiger Weise gesagt und wird als selbstverständlich angenommen. Wenn es so einfach wäre, hätten wir unter uns keinen Streit und wir würden wirklich zu Freunden werden. Es wäre unsere persönliche Freude und eine Freude, die wir einander mitteilen. Das Endresultat wäre eine frohe Gemeinschaft, ein friedliches Miteinander in der Gruppe. Aber ehrlich gesagt, es gibt so viele Sorgen, dass wir die Freude und den Frieden verloren haben. Wir achten darauf, nicht die Ruhe zu verlieren, damit uns die Sorgen um all die Probleme im Leben die Freude und den Frieden nicht nehmen. Ich nehme dieses Bemühen um Ruhe in den Menschen wahr.
Aber die Ruhe allein genügt nicht, um zu Christus zu gelangen. Es ist sehr wichtig, aber es genügt nicht. Die Ruhe zu halten ist so viel wie: Sorgt euch um nichts. Macht keine Tragödie aus dem Leben. Aber damit sind wir noch nicht in Christus. Wenn es uns gelingt, in Christus zu sein, werden wir die Freude und den Frieden erlangen. Das zu erreichen bedeutet, die Utopie auszulöschen, aber nicht das Glück und die Freude und den Frieden, die da zu finden sind. Die Frage besteht darin, wie gelange ich zu Christus. Es gibt ein Weg. Es ist der Weg des Gebetes, betend und flehend. Johannes hatte von Christus gesagt, dass er mit dem Hl. Geist und mit Feuer taufen wird. Gebet ist der Weg zum Inneren, wo der Hl. Geist uns durch das Feuer der göttliche Liebe zu Christus bringt. Der Hl. Geist führt uns durch das Evangelium Christi, damit wir es verstehen. Er reinigt uns, damit wir durch die Liebe Gottes das Evangelium in die Tat umsetzen. So beweisen wir die Liebe zu Christus, dass wir sein Wort hören und danach handeln. Das ist ein Schritt des Gebetes, das uns zu Christus führt und uns Freude und Frieden gibt. Reinigung des Inneren bedeutet, dass unsere Seele ganz in Stille und Schweigen ist. Ich sitze und erhebe dann meinen Geist zu Christus; und wenn die Seele in Stille und Ruhe ist, werde ich in der Gegenwart Christi sein. Christus wird sich mir mit Frieden und Freude zeigen. Er wird uns von seinem Himmel träumen lassen. Der Himmel ist keine Utopie, er ist meine Wohnung, meine endgültige Heimat. So eine Heimat wurde von keinem Menschen beschrieben oder ausgedacht. Im Gebet erheben wir unseren Geist mit unserer ganzen Liebe und Christus zeigt sich uns. Da finden wir die Freude, ihn zu haben. Ihn zu erkennen. Christus zu haben hat als Zeichen den Frieden. Wir empfinden einen Frieden ganz tief in uns, bis in die Knochen, in unseren Gedanken, in unseren Gefühlen. Meine Seele wird ruhig, sie schweigt still und dann fühle ich mich mit Christus und in Christus, weil er sich mir zeigt. Der ist die Quelle der Freude, der Ruhe inmitten aller Sorgen. Das ist Gebet.
Wenn ich nicht so beten kann, dann kann ich nicht diese Freude haben. Wir bleiben in der Utopie und in einer abstrakten Welt. Lernen wir so zu beten, dann haben wir auch die Freude. Paulus sagt: „Freut euch“ ist ein Ruf zu diesem Gebet des inneren Schweigens. Wir hören nicht das Geräusch des Bösen, das aus unserem Herzen kommt, sondern wir lassen die Freude und den Frieden, die von Gott kommen, in uns bis in unser tiefstes Innere eindringen. Mit diesem Gebet meine ich nicht das mündliche Gebet oder irgendeine Meditation aus einem Buch, sondern das Hören des Hl. Geistes, der in uns spricht, wenn ich sitze und meinen Geist zu Christus erhebe.
20211205_2 Adventssonntag _C
20211205_2 Adventssonntag _C
Es ist erstaunlich, wie die ganze Welt kämpft gegen einen winzigen Feind. Er kann alle Menschen töten, aber die Menschen ihn nicht. Viele Menschen versuchen auf verschiedene Weise, diesen Feind von sich fernzuhalten. Die gesamte Politik unternimmt alle nur möglichen Maßnahmen, um das Virus zu kontrollieren und zu zerstören. Aber das scheint kaum möglich. Es ist das kleinste Lebewesen im Bereich unseres Körpers, das unsere Gesundheit bedroht. So ähnlich geschieht es uns auch im Bereich des Geistes. Wenn es uns hier an einem Element mangelt, dann scheint unser personales und soziales Leben zerstört zu werden. Mit diesem Element würde das Leben ein Paradies sein, in Friede und ohne Krieg. Dieses Element ist die Liebe. Alle Menschen warten und hoffen auf eine gute Ernte. Gott, unser Schöpfer, hat uns mit der Kraft der Liebe befähigt und Er wartet auf eine gute Ernte. Eine gesunde Liebe, die mit Einsicht und Verständnis verstärkt wird, ist befähigt „ein Reich der Wahrheit und des Lebens, ein Reich der Heiligkeit und der Gnade, der Gerechtigkeit, der Liebe und des Friedens“ zu bauen. Aber wie das Virus den Körper zerstört, zerstört das Böse die Liebe im Menschen. Und der Mensch kann dann nicht mehr dieses Reich aufbauen. Das ist das Reich, das Christus unter den Menschen aufbauen und dem Vater übergeben möchte. Gott gibt uns die Zeit der Geschichte, damit wir mit Christus und Christus mit uns ein solches Reich mit der Liebe bauen können. Paulus betete darum für seine Gemeinde. So sollten auch wir für uns beten: „dein Reich komme“.
Paulus plädiert für eine Liebe mit Einsicht und Verständnis. Diese ist effektiver in unserem Leben als jede Impfung gegen das Virus. Wenn wir reicher werden in der Liebe, werden wir rein und ohne Tadel, erfüllt mit den Früchten der Gerechtigkeit, sagt uns Paulus, aber wir können noch hinzufügen: „mit Wahrheit und Leben, Heiligkeit, Frieden und Gnade“. Wenn wir lieben, werden wir heiliger und gerechter. Wir werden in Wahrheit und Frieden leben. Wenn die Liebe in großen politischen Treffen vorhanden wäre, würden wir eine bessere Welt haben und hätten sogar das Virus schon getötet. Die Liebe wirkt Wunder in uns persönlich und durch uns in der Gesellschaft. Wo aber die Liebe fehlt, herrscht das Böse und zerstört unser spirituelles Leben, unsere Familie und nicht weniger die Gesellschaft, denn wenn wir mit der Liebe, die Gott in uns ontologisch einprägt, unseren Nächsten lieben, würde aller Egoismus auf Erden ausgelöscht. Wir würden für den Anderen leben. Die Liebe würde für alle Menschen ein glückliches Leben in Gemeinschaft entstehen lassen.
Wir sollen überlegen, was der Ruf des Propheten Jesajas aus dem Mund Johannes‘ des Täufers bedeutet: „Macht gerade seine Straße, jede Schlucht soll aufgefüllt werden, was krumm ist, soll gerade, was uneben ist, soll zum ebenen Weg werden“. Dies sind Metaphern, die auf uns zeigen. Unser Leben ohne Liebe ist ein unebener Weg, eine Straße mit vielen Kurven. Die Probleme von Ungeimpften resultieren im Grunde aus fehlender Liebe. Und das macht alles schwieriger. Sie richten sich nach der Vernunft, aber ohne die Einsicht, die die Liebe gibt. Das ist der Ruf von Heute: Werdet reicher in der Liebe. Dann werden wir das Heil Gottes schauen. Das Heil Gottes ist sein Reich und er selbst in uns.
Paulus ruft uns heute auch dazu auf, in Gemeinschaft im Dienst am Evangelium zu leben. Das ist ein Zeugnis der Liebe zu Christus und seinem Evangelium. Die Liebe hält uns in Gemeinschaft. Christus ruft uns dazu auf, sein Evangelium der Liebe zu leben und an den Menschen zu bezeugen, was das Wort Synodalität bedeutet: in Gemeinschaft, alle zusammen. Das kann nur in Liebe sein. Die Liebe ist Kraft und Feuer, die uns vor allem mit Christus verbindet. Und in Christus verbindet sie uns mit allen. Die Liebe zu Christus und seinem Evangelium erweckt in uns den Wunsch, die Früchte der Liebe in allen Menschen wachsen zu lassen. Aber wenn das Ungerade, das Krumme, das Unebene, das Schmale in unserem Geist herrscht, sind wir weder Gemeinschaft noch Zeugen der Liebe. Das Evangelium verliert an Kraft und die Menschen, auch wir, werden nicht das Heil Gottes schauen. Das Heil bedeutet, die Welt und die Geschichte im Licht seiner Weisheit zu sehen. Wenn uns die Kraft der Liebe fehlt, verlieren wir den Kampf gegen das Böse, so wie wir auch gegen das Virus verlieren können.
Einen Ruf sollen wir hören: Lassen wir in uns die göttliche Liebe wachsen und werden wir Verkündiger der Liebe Gottes an die Menschen. Die Liebe ist das Licht. Dieses Licht soll auch in uns Fleisch werden. Ein Weinachten ohne diese Liebe zu feiern, verliert seinen christlichen und menschlichen Wert. Diese unsere Geburt sollen wir feiern.
202111.21_Christkönnigssonntag_B
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Sicher haben sie schon mehrere Male die Information über die „Zehn reichsten Familien von Deutschland und der Welt“ in den Zeitungen gelesen. Aber was sie bisher nicht bekommen haben, ist so eine persönliche Brief: Sie sind eingeladen von dem reichsten Mann der Welt, eine Woche in seiner Sommer-Residenz zu verbringen. Überlegen Sie. Sie kommen dort hin und werden von dem großen Mann persönlich empfangen. Er sagt Ihnen: Hier ist mein Haus. Alles was mein ist, ist dein. Alles steht Ihnen in dieser Zeit zur Verfügung: Schwimmbad, Tennisplatz, Sauna, Bar, Computer. Alles steht für Sie bereit. Wahrscheinlich würde Sie ihn fragen: wieso laden Sie mich ein? Wir kennen uns nicht. Wir haben uns noch nie gesehen. Er würde Ihnen einfach sagen: weil ich Dich liebe! Sie würden sicher überrascht sein.
Mit Christus ist uns Ähnliches passiert, in einer anderen Dimension. Nicht für eine Woche, sondern für die ganze Ewigkeit. Christus lässt uns an seiner Priesterschaft, an seiner Herrlichkeit, an seinem Himmel teilhaben. Wir kommen dort an und fühlen uns wie Könige. Wir fühlen uns voller Herrlichkeit und Macht. Es ist nicht eine Sache für eine Woche. Nein. Es geht für uns dabei um immer. Wir könnten auch Christus fragen, warum er das macht. Auch er würde antworten, weil mein Vater und ich dich lieben. Ich bin Gott und wurde Mensch, um reich zu werden und dir alles das zu geben.
Christus ist nicht der reichste Mann der Welt. Er wurde arm am Kreuz getötet. Aber er war Gott. Er ist ein Gott mit aller Macht und Herrlichkeit in dieser Welt. Er hat „Macht über die ganze Schöpfung“. Er hat auch Macht über eine andere Welt, mit einer anderen Dimension und Qualität. Genau das ist diese andere Welt, die er mit uns teilen möchte. Die Einladung von Christus, ihn in seinem Haus zu besuchen und dort zu bleiben, ist die Karte der Wahrheit. Christus hat „Zeugnis der Wahrheit abgelegt“. Das bedeutet, dass sein Evangelium, seine Worte und seine Taten, zu uns von einer absolute Wahrheit sprechen, frei von jeder Form von Falschheit und Irrtum. Sein Evangelium legt uns offen die Geheimnisse des Lebens. Es legt uns offen die tiefe Realität, die wir vor Augen haben. Wenn wir in das Evangelium hineinschauen, können wir das Netzwerk der Realität, der Existenz, eine absolute Wahrheit entdecken. Das übersteigt unseren menschlichen Verstand. Wir verstehen nicht alles. Und noch weniger auf einmal. Aber ein guter Mensch, der die Wahrheit sucht, liebt und treu zu ihr lebt, ein Mensch, der die Falschheit hasst, hört das Evangelium, seine Worte und seine Taten. Er betet und wartet schweigend auf die Inspiration des Geistes, damit er die ganze Wahrheit, die in dem Evangelium verborgen steht, verstehen kann. Der Mensch, „der aus der Wahrheit ist“, gibt sich nicht zufrieden damit, nur zu lesen und zu verstehen, sondern auch er will das Wort umsetzen in die Tat. Das Verstehen des Evangeliums ist das Hören des Wortes. Die Umsetzung des Wortes bedeutet die Umwandlung, die Rettung des Menschen. Man sagt, er wird ein neuer Mensch. Er kommt in das Haus Gottes. Schöner als jedes menschliche Haus von den reichsten Menschen der Welt.
Es wird eine innere Umwandlung in uns Menschen stattfinden. Wir gehen in das Haus Gottes wie andere neue Menschen. Das sind nicht einfach so daher gesagte Worte. Wir haben ein ewiges Leben. Und es ist ewig, weil Gott Teil des Lebens ist. Er ist Teil von mir und er ist ewig. Das ist in seinem Evangelium gesagt. Und wenn ich das in mir in die Tat umgesetzt habe, dann habe ich in mir die Wahrheit des Evangeliums. Das Evangelium ist dann die Einladung, nicht eine Woche in seinem Haus zu verbringen, sondern wie neue Menschen das ganze Leben zu verbringen. Christus hat diese Vision seines Evangeliums, als er das Gleichnis von der Hochzeit erzählt. Er lädt uns zu einer Hochzeit, das größte Fest in dem Haus des reichsten Menschen der Welt.
Jeder, der aus der Wahrheit ist, hört die Einladung, hört das Evangelium und setzt es in die Tat um. Wer der Einladung folgt, betritt das größte Fest, das schönste Haus, wie es noch nicht von Menschen gebaut ist. Das ist unsere Hoffnung. Das ist unser Glaube.
20211114_33 Sonntag im Jahreskreis_B
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Das Gier nach Lachs führt zur Zerstörung der Natur, dem Lebensraum der Lachse. Der Lachs endet auf dem Teller eines französischen Restaurants und an den Kassen von Norwegen, als zweiter Quelle seiner Wirtschaft. Die Population von Lachs ist auf Grund der zerstörten Naturbedingungen auf die Hälfte reduziert. Die Gier zerreißt die Menschen. Jene, die Lachs mit Gier essen, und jene, die gegen seine Zerstörung demonstrieren. Das lässt sich in vielen Bereichen der Gesellschaft beobachten. Die Ideologien finden hier einen guten Boden. Die katholische Kirche wird wegen ihrer strengen Sexual-Moral, die gegen die Natur des Menschen sei, angeklagt. Die Kirche ist gespalten wie die Gesellschaft selbst. Haben jene recht, die die Kirche anklagen? Ist es falsch, was die Kirche formuliert? Die Kirche soll sich in allem gut erklären. Soll eine Erklärung in den Reihen der Ankläger abgeben.
Denn der Sinn der Existenz der Kirche liegt darin, jene Heiligkeit des Menschen zu fordern, die den Menschen in Einheit mit Gott bringt. Dieses Ziel zerreißt die Kirche und auch die Menschen. Christus machte den Unterschied zwischen den Kindern des Himmlischen Vaters und den Kindern dieser Welt. Christus hat durch sein Opfer alle, die an ihn glauben und ihm folgen, zu Kindern Gottes gemacht. Als solche heiligt er sie, damit sie als Auserwählte zum Reich des Vaters gelangen. Natürlich sind jene, die nicht für Christus sind, gegen Christus. Die Kirche Christi steht da für jene, die ihm nachfolgen. Die anderen haben ihre eigene Moral, die in eigenen Ideologien versteckt ist. Christus hat keine Sexualmoral von den Menschen gefordert, denn er hat sich auf keine Moral festgelegt. Er hat den Menschen eingeladen, unter einem Prinzip oder Axiom ihm nachzufolgen und alles zu machen, was seinem Vater und unserem Vater gut gefällt. Das ist der normale Wunsch eines guten Kindes. Ein Nachfolger Christi weiß sicher, dass er einen Vater im Himmel hat und dass Er ihn als Erbe seines Himmels die Teilhabe an diesem Himmel anbietet. Die Heiligkeit des Menschen gefällt Gott Vater. Die Heiligkeit ist, was Christus in seinem Evangelium lehrt, und das ist weit mehr als eine Moral. Das ist ein Lebensstil und zu diesem Lebensstil gehört die Freude. Papst Franziskus sagt zu uns, zu allen Katholiken, „Seligkeit, Heiligkeit, das ist kein Lebensprogramm, das nur aus Anstrengung und Verzicht besteht, sondern es ist vor allem die freudige Entdeckung, geliebte Kinder Gottes zu sein. Und das erfüllt dich mit Freude. Es ist keine menschliche Leistung, sondern ein Geschenk, das wir empfangen: wir sind heilig, weil Gott, der der Heilige ist, in unser Leben kommt und dort wohnt. Er ist es, der uns Heiligkeit schenkt“. „Die wahre Fülle des Lebens erreicht man durch die Nachfolge Jesu, indem man sein Wort in die Tat umsetzt. Und das bedeutet eine andere Armut, nämlich innerlich arm zu sein, sich zu entäußern, um Platz für Gott zu schaffen. Wer sich für reich, erfolgreich hält, und glaubt, sicher zu sein, richtet alles auf sich selbst aus und verschließt sich vor Gott, während der, der sich seiner Armut bewusst ist und weiß, dass er sich nicht selbst genügt, offen bleibt für Gott“. „Und er findet Freude“. Im Tweet sagt er auch „Fürchte dich nicht davor, höhere Ziele anzustreben, dich von Gott lieben und befreien zu lassen und dein Leben der Führung des Heiligen Geistes anzuvertrauen. Die Heiligkeit macht dich nicht weniger menschlich, denn deine Schwäche trifft auf die Kraft der Gnade“.
Wir haben im Tagesgebet gebetet, dass „Er uns begreifen lässt, dass, wenn wir tun, was Ihm gefällt, wir frei werden. Und dass wir vollkommene Freude finden, wenn wir in seinem Dienst treu bleiben“. Da liegt die Wurzel der Zerrissenheit: suche ich das, was Gott gefällt, und den Treuedienst? Im Gabengebet bitten wir um die Kraft, die uns hilft, Gott treu zu dienen und uns zur ewigen Gemeinschaft mit ihm führt. Und im Schlussgebet werden wir noch weiter beten, dass wir in Liebe Gott und Christus nachfolgen. Also dass wir uns für sie entscheiden. So werden wir glückliche Kinder eines Himmlischen Vaters. Wir freuen uns, nach der Tugend der Keuschheit zu leben. Wer sich vor Gott verschließt, fällt in die Zahl derer, die Kinder der Welt heißen.
20211107_32 Sonntag im Jahreskreis_B
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Zur Kultur eines Volkes gehörte der Priester, als jemand, der ein Opfer für die Sünde des Volkes darbrachte. Das Opfer bestand in der Tötung eines Tieres oder gar eines Menschen. Die Menschen sündigten immer wieder. Deswegen sollten die Priester ständig Opfer darbringen. Das war vom Anbeginn der Geschichte so. Und da kam Christus und er opferte sich selbst und alle Sünde der Menschen, die begangenen und die zukünftigen, wurden getilgt. Alle Sünden sind für immer hinweggenommen. Wir haben nur einen Priester von Natur aus als jemand, der ein Opfer für die Sünden des Volkers brachte. Bedeutet das, dass wir sündigen können, wie wir wollen? Natürlich nicht. Christus befreit uns von Sünde, damit wir in voller Freiheit den Willen des Vaters erfüllen können und heilige Kinder seines Vaters werden.
Wir können folgenden Vergleich anstellen: Christus gründet mit seinem Tod eine große Firma einen Super-Markt. Da gibt es alle Sorten von Gnade, die wir brauchen, um wie Kinder Gottes wachsen zu können. Wir brauchen Brot, Milch, Obst. Die Kinder müssen genährt werden. Wir sind solche Kinder und brauchen viel Nahrung, denn wir sind in ständigem Wachstum. Die Sünden sind wie Krankheiten. Christus ist der Arzt, aber wir müssen wachsen, mit oder ohne Krankheit. Die Nahrung ist die Gnade. Durch seinen Tod hat Christus uns viel Gnade in seinem Geschäft zur Verfügung gestellt. Mit den Sakramenten können wir solche Gnade kaufen. Solche Gnade rettet uns von dem Bösen, wie wir im Vaterunser beten, und ernährt unsere Naturkräfte. Unsere Personalität soll sich gesund und nach dem Bild Gottes entwickeln. Wir haben im Leben das Ziel, die Einheit mit Gott Vater zu erreichen, er in uns und wir in Ihm. Wir sollen unsere Personalität nach der Personalität Christi gestalten. Lieben wie er uns geliebt hat. Um das alles zu erreichen, brauchen wir die Sakramente. Das erste von ihnen ist der Taufe. Wer nicht getauft wird, bekommt jene Gnade nicht, die solche Ziele ermöglicht. In Deutschland ist es schlimmer als ungeimpft zu sein, ungetauft zu sein. Viele Menschen haben den Sinn dafür verloren, was es bedeutet, getauft zu werden. Es ist so, als ob sie im Wald leben würden und sich nur von dem ernähren, was der Wald ihnen gibt.
Ein Sakrament, das täglich zur Verfügung steht, ist die Eucharistie. Christus lässt darin jene Gnade auf uns zukommen, die uns von den täglichen Schwierigkeiten rettet, damit wir die Ziele, die er uns gelegt hat, erreichen können. Christus stellt uns jene Gnade zur Verfügung, die wir brauchen, um die Ziele zu erreichen, die uns sein Evangelium vorlegt. Christus wirft den Schriftgelehrten, heute würden wir sagen: den Theologen, Priestern und Angestellten der Kirche, ihre Scheinheiligkeit vor. Also wir scheinen heilig zu sein, aber von Heiligkeit haben wir nichts. Das können auch wir uns fragen. Sind wir heilig oder scheint es nur so zu sein. Die Eucharistie gibt uns alle jene Gnaden, die wir brauchen, um heilig zu sein. Die Mühe, die wir uns machen, um uns zu heiligen, ist die Mühe, die wir brauchen, um zu Kaufland zu gehen, die Schutzmaske zu tragen und die Produkte auszusuchen. Christus wirft uns nicht nur vor, dass wir nicht sind, aber sein sollten, sondern auch, dass wir nur von dem abgeben, was wir nicht mehr brauchen. Die alten Kleider, die leeren Flaschen. Aber etwas von dem zu geben, was ich noch brauchen kann, davon aber abzugeben, weil andere es mehr brauchen als ich; das ist das Beispiel der „armen Witwe, die alles hergegeben hat, was sie besaß“.
Wenn wir geben alles, was wir haben, um die Ziele zu erreichen, die Christus uns im Leben gestellt hat, dann gibt Christus uns jene Gnade, die für die Erfüllung des Zieles notwendig sind. Gott Vater begibt sich zu uns, Christus wird gegenwärtig in unserem Leben. Wir werden schon jetzt teilhaben am göttlichen Leben. Das geht nicht ohne das Sakrament der Kommunion. Wer nicht kommuniziert, geht leer aus. Es ist so, als ginge ich zu Kaufland, aber kaufe nichts, auch wenn ich es brauche. Oder so als brauche ich etwas, aber ich gehe nicht rein und gehe deshalb leer aus.
Und unser spirituelles Leben braucht Vieles, um diese Ziele des Evangeliums zu erreichen. Er rettet uns von den Anhänglichkeiten des Herzens, denn alles, was aus ihm kommt, macht uns unrein, er gibt uns die Heiligkeit, die Liebe. Er wandelt uns um, damit wir heilige Kinder Gottes werden. Wir sollen alles geben, was wir haben, wie die arme Witwe.
20211031_31Sonntag im Jahreskreis_B
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Was ist der Synodale Weg? Es wird viel darüber gesprochen, aber wer von uns hat eine klare Idee davon. Papst Franziskus wolle „die Kirche auf den Kopf stellen“, glaubt der der Hildesheimer Bischof Heiner Wilmer. Er selbst sagt, „Unsere Kirche braucht keine Reförmchen, sondern eine echte Umkehr“. Was er unter Umkehr versteht, ist zu spüren. „Wir brauchen ein neues Denken, echte Partizipation. Wir brauchen ein neues Nachdenken über Sexualität und ein neues Dienstamt des Priesters“, „Geschlechter-Teilhabe aller in der Kirche ist unverzichtbar“. Das ist eine von den tausenden Meinungen, die zu hören sind. Wir aber sollen uns bemühen, uns ein klares Konzept dazu zu machen, begründet auf dem Evangelium, und nicht nur eine Meinung. Wir können etwas Gutes dabei machen oder etwas Schlechtes. Natürlich soll alles, was geschehen soll, auf dem Evangelium begründet sein und mit dem Ziel, die Worte Christi in die Tat umzusetzen. Was sind wir und was machen wir in der Welt? Das Gebot Christi, geht und predigt mein Evangelium, ist an alle gerichtet, die für die Kirche stehen. Alle sollen wir Zeugnis des Evangeliums geben. Wenn wir also diesem Gebot folgen, gehen wir alle zusammen, in Gemeinschaft. Der Ruf zur Verkündigung ergeht an uns alle. Das ist der Synodale Weg. Wir sollen die beste Form, neue Gedanke finden, um das Evangelium an alle Menschen zu bringen. Synodalität bedeutet dann „Mit-gehen“, in Gemeinschaft in der Verkündigung. Die Kirche, als Gemeinschaft ist Synodalität. Sie ist Träger und Verkündiger des Evangeliums. Aber sie hat die Glaubwürdigkeit vor den Menschen verloren, wie können wir ihnen dann das Evangelium verkündigen? Wir sollen umkehren. Wir sollen die Worte Christi zu unseren Worten machen, wir sollen handeln, wie Christus handelte, wir sollen denken, wie Christus dachte. Wir sollen die Gemeinschaft sein, die Christus wollte und will. Das ist alles im Evangelium geschrieben. Schauen wir daher in die Lesungen von heute. Wenn wir lesen, verstehen und danach handeln, werden wir einen großen Schritt machen auf dem Synodalen Weg. Der Kreativität sind die Türen geöffnet.
Wir sollen eine Gemeinschaft von Menschen sein, die Gott Vater lieben. In ihren Gedanken sollte Gott immer gegenwärtig sein. Die Kraft des Willens sollte immer darauf gerichtet sein den Willen Gottes zu tun. So kann der Mensch immer an der Verbindung mit Gott durch die Macht seiner Freiheit festhalten. So kann er die Welt besiegen und sich für Gott entscheiden, ohne Skandale. Wenn wir zu Gott unter diesem Kriterium der Liebe gehen möchten, um schließlich vor ihn zu treten, tritt Christus ein, um das möglich zu machen. Das ist Rettung. Christus rettet uns von unserer eigenen Liebe, um den Vater mit all unserem Denken, unserem ganzen Willen und unserer ganzen Freiheit zu lieben. Die innere Befreiung von der Liebe zu uns selbst ist ein Weg, den wir mit Christus machen sollen. Er ist der Retter, wir die Geretteten. Der Synodale Weg ist dieser Weg der Befreiung von uns selbst, um in die Liebe zu Gott und den Menschen einzutreten. Die Kraft der Liebe soll in jede Ecke unseres Innern, unserer Seele und unseres Geistes reichen und einen neuen Menschen aus uns machen, heilig, frei vom Bösen, makellos, abgesondert von der Sünde und Bewohner des Himmels, so wie Christus. Das ist der Synodale Weg. Das ist das Ziel, wohin der richtige Synodale Weg führt. Wer Gott sucht mit seinen Gedanken, mit der Kraft seines Tuns, mit der Macht seiner Freiheit findet in dem Evangelium Christi seine Erfüllung. Christus wird ihm alle Gnade geben, die er braucht, um die Ziele zu erreichen. Was uns rettet, ist die Gnade, die uns Christus als Hohepriester gibt. Diese Gnade ist Gottes Liebe in uns, damit wir Gott und die Menschen lieben: Er in uns und wir in ihm, wir in den Menschen und die Menschen in uns. Mit Gottes Liebe zu gehen ist der Synodale Weg, denn die Gottes-Liebe verbindet uns alle und verbindet uns mit Gott. In diese Verbindung einzugehen, ist der Synodale Weg. Diese Liebe macht keinen Unterschied zwischen Mann und Frau, Priester und Laie. Diese Liebe verbindet uns alle. Sie macht aus uns eine große Familie. Wir haben gebetet im Tagesgebet: „Nimm alles von uns, was uns auf dem Weg zu dir aufhält“. Das ist ein Grundprinzip für jede Reform. Wir sollen alles wegschaffen, was die göttliche Liebe in uns verhindert, mit Gott und unter uns eins zu sein, Gemeinschaft zu werden. Diesen Weg zu gehen, ist der Synodale Weg. Fangen wir also an. Lassen wir nicht zu, dass uns ein Fehler in der Liebe zueinander unterläuft.
20211010_28 Sonntag im Jahreskreis_B
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Zwei Forscher aus den USA haben den Nobelpreis für ihre Grundlagenforschung zur Hitze- und Druckwahrnehmung im menschlichen Körper erhalten. Mit ihren „bahnbrechenden Entdeckungen“ zu Rezeptoren für Temperatur und Berührung hätten die beiden Wissenschaftler ein „Geheimnis der Natur“ entschlüsselt, hieß es. Besonders wichtig ist das für Menschen, die an chronischen Schmerzen leiden, denn für sie „eröffnen sich damit neue Behandlungsmöglichkeiten“. Sehr interessant ist diese Forschung. Danke an die Wissenschaftler. Es wurde im Tagesgebet zu Gott gebetet, dass wir „sein Wort im Herzen bewahren“. Jetzt stehen wir vor der Frage: Wie funktioniert das Wort Gottes? Das Wort Gottes funktioniert wie ein zweischneidiges Schwert. Es scheidet den Geist von der Seele, richtet alle Regungen und Gedanken vom Herzen, lässt das Innere des Menschen nackt werden. Zu erkennen, wie das Wort Gottes in uns funktioniert, verdient etwas mehr als einen Nobelpreis.
Gottes Wort finden wir im Evangelium. Wir lesen oder hören die Worte Gottes. Nur mit dem Ohr zu hören, genügt nicht. Wir sollen die Worte im Gedächtnis halten. Und nicht einfach sofort vergessen. Aber sie nur im Gedächtnis zu halten, genügt auch nicht. Wir sollen verstehen, was diese Worte uns sagen. Wenn ich sie nicht verstehe, wird das Wort Gottes für uns nutzlos. Aber auch zu verstehen, genügt uns auch nicht. Wir sollen wahrnehmen, was wir sind und was wir nach dem Wort sein sollen. Diese Unterscheidung allein genügt auch nicht. Das Wort Gottes ist weder ein Produkt der Vernunft noch des Verstandes, welche Fähigkeiten der Seele sind. Das Wort Gottes ist vom Geist inspiriert und ihm gegeben. Und wenn der Mensch innerlich in Schweigen betet, öffnet dieses Wort Gottes ihm eine neue Welt, das Reich Gottes, die Welt seiner Gnade. Das Wort Gottes lässt uns klar unterscheiden, was Gott gehört und was der Welt, der Welt Gottes und der Welt meiner eigenen Interessen, Neigungen und Wünsche. Das ist die Welt der Liebe und die Welt des Egoismus.
Aber all das endet nicht hier. Ich soll mich für die eine oder für die andere Welt entscheiden. Das Evangelium gibt uns ein Beispiel von einem Mann, der sich für diese Welt entscheidet und nicht für die Welt von Christus. Dagegen steht das Beispiel der Apostel, die alles verlassen und Christus nachfolgen.
Das Wort Christi ist im Evangelium von heute ein Ruf zur Heiligkeit; das bedeutet, zum Reich Gottes: „Wenn du vollkommen sein möchtest, lass alles, was du hast und folge mir nach“. Das Wort ist eine Einladung, ein Ruf. Ein guter Mensch kann die Gebote halten, eine Moral haben, aber das ist nicht genug. Das Wort Gottes „folge mir nach“ bietet viel mehr. Dem „gut zu sein“ fehlt etwas, um einen Schatz im Himmel zu erlangen: „wenn du vollkommen sein möchtest, geh, verkaufe, was du hast, dann komm und folge mir nach“. Dieses Wort Gottes „folge mir nach“ ist also ein Ruf aus dem Himmelreich zum Himmelreich. Dieser Ruf klingt lebendig in unserem Geist, in unserem Bewusstsein. Und wir, die das Wort Gottes innerlich im Gebet hören können, sollen uns entscheiden, entweder ich folge Christus nach, um das Reich Gottes zu gewinnen, oder ich handle einfach, um in dieser Welt auf der Erde zu bleiben. Hier scheidet sich die Seele von dem Geist ab. Er war ein guter Mensch, aber seine Welt war die Welt auf der Erde. Das Wort des Reichtums war ihm wichtiger als das Wort Gottes, das zum Reich Gottes führt.
Die Worte Christi sind Anrufe von oben zu uns, damit wir von unten nach oben gehen. Wir nehmen wahr, dass das Wort von Gott kommt, nicht aus unserer Vernunft. Wenn wir das Wort in uns innerlich hören und uns von ihm leiten lassen, dann folgen wir heute Christus nach.
Die Geheimnis der Hitze -und Druckwahrnehmung im menschlichen Körper zu erkennen, ist wichtig. Aber viel wichtiger ist die Entdeckung und die Handlung nach dem Wort Gottes in unserem Inneren. Christus bekam keinen Nobelpreis, vielmehr kreuzigten ihn die Menschen. Aber er gab den Menschen ein Wort, womit der Mensch einen Schatz im Himmelreich, im ewigen Leben, gewinnen kann. Ein ewiger Nobelpreis.
20211003_27_Sonntag im Jahreskreis_B
20211003_27_Sonntag im Jahreskreis_B
Was verbindet zwei Freunde, eine Ehepaar, zwei Brüder? Es sind bestimmte Dinge, die sie zusammenhält. Die Freunde verbindet die Tatsache, dass sie etwas gemeinsam unternehmen wie einen Ausflug, ein Grill-Wochenende, gemeinsame Interessen an etwas. Die Eheleute teilen ein Familie, die Kinder, das Haus, die Anziehung im Zusammenleben. Einer gibt und der andere antwortet. Die Brüder teilen, die Eltern teilen das Haus. Und wir sind in Verbindung mit Christus und Christus ist in Verbindung mit uns. Uns verbindet mit ihm auch Gott Vater. Deswegen können wir Christus Bruder nennen. Er ist unser Gott und unser Bruder. Aber nach der genannte Aussage geht uns um etwas persönlich, eine persönliche Beziehung. Der Satz: “Er heiligt uns und wir lassen uns von Ihm heiligen. Da geht uns um etwas persönlich und sehr wichtiges. Alles was Christus für uns gemacht hat, hatte das Ziel uns zu heiligen. Er wurde Mensch, er starb, er lehrte. Und er heiligt uns mit der Gnade, die er uns gibt, weil er uns heiligen möchte, er wollte und will, dass wir uns heiligen. Denn das will auch der Vater von uns. Nicht nur öffnet uns das die Tür des Himmels, sondern gibt uns die Möglichkeit der Einigung mit dem Vater, in das Herz des Vaters hineinzukommen. Und weil wir dafür rein und heilig wir sein sollen, nimmt Er die größte Aufgabe seines Lebens, uns zu heiligen auf sich. Was verbindet uns also persönlich mit Christus und Christus mit uns? Nichts anderes als unsere Heiligkeit, denn die Heiligkeit ist es, was uns mit dem Vater einigt. Wenn wir uns nicht vornehmen, uns zu heiligen, brechen wir die Beziehung mit Christus. Alles, was wir machen, was wir beten, was wir feiern, was wir hören oder lesen, hat dieses Ziel. Das hat keinen anderen Grund als das, das wir näher zu dem Vater kommen. Das wollte Christus von Anfang an. Wenn wir die personale Beziehung mit Christus haben möchten, sollen wir das Ideal der Heiligkeit auf uns nehmen. Das fordert von uns eine wahre Entscheidung. Aber wir sollen es wissen, unser Gewinn wird groß sein, hier und in Himmel.
Wenn wir diese Entscheidung für uns annehmen und im Leben einsetzen, nimmt der Weg unseres Leben neue Farben an, so wie die Haare, wir bekommen unsere Erkenntnis und werden ein neues Verständnis des Lebens haben. Mit dieser Entscheidung werden wir dann das Evangelium lesen und ganz anders und neu verstehen. Diese Welt der Heiligkeit ist der Welt des Reich Gottes, das Christus verkündet hat. Und Christus sagt uns heute, wer nicht dieses Ideal des Heiligkeit, des Reich Gottes wie ein Kind auf sich annimmt, wird nicht in das Reich Gottes hineinkommen, wird nicht in das Herz des Vaters gelangen. Mit diesen Worte sagt Christus den Aposteln, dass sie die Reinheit, Einfachheit, Ehrlichkeit, Offenheit zur Liebe haben sollen; dass sie wie Kinder werden sollen. Das sind gut klingende Worte. Aber darunter versteckt sich das Wort der Heiligkeit. Der Mensch wird erwachsen im Leben und dabei wird er von der Gesellschaft mit vielen schmutzigen Lastern, von Egoismus und Leidenschaften beladen. Frei davon zu werden ist nicht leicht. Unter dieser Befreiung verstehen Christus die Heiligung. Christus hilf uns mit seiner Gnade und seinem Evangelium, damit wir wie die Kinder werden. Er macht in uns das möglich. Wenn wir das möchten, dann haben wir etwas sehr konkretes und persönliches erreicht, das uns verbindet. Wir werden wie Kinder und Christus hilft uns dabei. Es ist persönlich, weil keiner mich ersetzen kann. Darin spiegelt sich die Liebe, die Freude und der Friede.
Und wenn wir betrachten, was Christus antwortet auf die Frage über die Scheidung oder nicht Scheidung in einer Gesellschaft von Heute, wird das wenig Freunde finden. Aber die Entscheidung geht darum, ein Fleisch von Mann und Frau, nicht Mann und Mann, Frau und Frau, zu werden und darin verbunden zu bleiben, denn Gott hat es so gemacht und gewollt. Das ist nur verständlich unter dem Gebot der Heiligkeit. Wenn du dich an eine Person bindest, darfst du das nicht trennen. Treu in der Bindung zu bleiben, heiligt dich, euch. Es ist manchmal nicht leicht der Bindung treu zu bleiben, aber so heiligst du dich, denn dabei lernst du, was die Liebe ist, was es bedeutet den Willen Gottes gegen deinen eignen Wille zu halten. Das heiligt dich. Dabei lernst du, treu mit anderen zu leben, auch mit Gott. Das ist die Einladung von heute für uns.
20210926_26 Sonntag im Jahreskreis_B
20210926_26 Sonntag im Jahreskreis_B
„Ein Menschenleben hat keinen Preis, es hat Würde, heißt es. Und doch berechnen Ökonomen und Forschende, Gerichte und Versicherungen regelmäßig, wie viel es kostet, Spätfolgen von Unfällen in Schmerzensgeld aufzuwiegen“. Das sagt der Vizevorsitzende des Deutschen Ethikrats und Jura-Professor. Er bezieht es in einem Zeitungsartikel auf einen konkreten Fall, auf eine Person, die viel leiden musste auf Grund einer falschen Behandlung. Diese Person kämpfte lange Zeit um Schmerzensgeld. Am Ende wurde es ihm bezahlt. “Das Leben bleibt so wie es ist, Geld nimmt mir die Schmerzen nicht, aber es beruhigt, sagt er. Ich weiß für die Zukunft, dass meine Familie abgesichert ist“. Es scheint, dass der Vizevorsitzende des Deutschen Ethikrats und Jura-Professor recht hat. Aber in seiner Argumentation offenbart sich vor dem Evangelium von heute eine Denklücke. Seine Argumentation ist nicht richtig begründet. Die Ökonomen berechnen die Kosten, die ein Mensch im Leben braucht. Die Würde lässt sich nicht messen, richtig. Aber die Würde zeigt sich uns im Handeln. Wir haben eine göttliche Natur, von Gott gegeben, deswegen gehören wir Gott. Und wir sollen ihm gegenüber mit der Würde, die dieser göttlichen Natur entspricht, handeln. Das Evangelium von Heute handelt genau davon. Wir sind von Natur her zum Reich Gottes bestimmt. Um das zu erreichen, wird uns ein würdiges Handeln abverlangt. Diejenigen, die nicht Christus nachfolgten und trotzdem Machttaten in seinem Namen vollbrachten, handelten mit Würde. Sie sollten daher respektiert werden. Dagegen handelten jene unwürdig, die Ärgernis verursachten auf verschiedene Art und Weise. Jene waren unwürdig, in das Gottes Reich zu kommen. Jeder, der nach seiner göttlichen Natur handelt, handelt mit Würde und wird würdig ins Himmelreich kommen.
Die göttliche Natur haben wir von Gott bekommen. Daher gehören wir Gott und wir sagen: dein Wille geschehe. Sonst wäre es unverständlich, das zu sagen. Unser Leben ist in Gottes Hand. Wir sind seine Kinder. Diese göttliche Natur bekommen wir von Gott und sie macht uns ihm ähnlich. Wenn das so ist, dann ist es wunderschön. Das ist nicht messbar. Aber die Ökonomen haben auch nicht die Absicht, das zu messen. Sie beschränken sich auf eine andere Ebene.
Aber zu sagen, dass ich eine Würde habe und dass ich daher diese und jene Rechte fordern soll, ohne auf die Würde meines Handelns zu achten, wäre aus dem Evangelium heraus nicht korrekt. Auf Grund dieser absoluten Würde wird manchmal getötet, geraubt, Gewalt angewandt, wenn man die Würde im Handeln übersieht.
Jakobus spricht hart gegen jene, die sich auf Kosten von anderen bereichern. Das ist unwürdiges Handeln. Christus ruft uns zu würdigem Handeln auf mit der Aussage, wenn dich etwas hindert, so zu handeln, dann schneide es ab. Das ist unsere Aufgabe als Christen, alles zu beseitigen, das nicht würdig ist und uns unwürdig macht. Das würdige Handeln auf Grund der göttlichen Natur macht uns würdig. Wir alle müssen mit Würde leben. Das sollen wir auf Gott beziehen. Gott macht mein Handeln würdig, wenn ich nach seinem Willen handle. Die Heiligkeit ist die Würde. Heilige ich mich, dann gewinne ich Würde. Natürlich habe ich eine Würde, aber eine gewonnene Würde. Aufgrund dieser Würde respektiert mich Gott. Der Ruf vor dem Evangelium lautet: „Dein Wort ist Wahrheit; heilige uns in der Wahrheit“. Und das geschieht, wenn ich nach dem Wort Christi handle. Christus gibt uns also eine Würde, die Heiligkeit, die unbezahlbar ist, weil sie von spiritueller Natur ist. Eine Würde, die sich nicht von dem endlichen Leben aus bewerten lässt, sondern eine Würde, deren Sinn und Wert in der Ewigkeit einzuschätzen ist. Es geht um eine ewige Würde.
Viele Menschen, die ihre Beziehung mit Gott verloren oder vergessen oder in ihr nachgelassen haben, sprechen davon, eine abstrakte Würde zu haben. In ihrem Namen fordern sie Rechte, Freiheit für allen, auch unwürdiges Handeln. Wenn alle Menschen mit Würde handeln würden, würde die Gesellschaft und die Politik ruhiger, friedlicher, freundlicher, freier sein. In unserem Leben und unserer Gesellschaft hätten wir niemanden anzuklagen, niemanden zu verurteilen. Wenn wir mit der Würde, die Christus uns mit seinem Evangelium gibt, leben würden, würde es so sein. Christus bringt uns mit seinem Evangelium Frieden und Freude. Er zeigt uns den Weg der Heiligkeit und der Würde zum Himmelreich, das schon hier in uns aus dem Frieden und der Freude hervorgeht.
19092021_25. Sonntag im Jahreskreis (B)
19092021_25. Sonntag im Jahreskreis (B)
Wir haben vielleicht noch nicht darüber nachgedacht, dass das Wasser von oben kommt, nicht nur beim Duschen, sondern generell. Wenn es nicht regnet, wird der Boden trocken. Die Pflanzen vertrocknen und sterben. Und, dass das Wasser nicht von oben kommt, ist auch das große Thema der Politik: Können wir noch die Pflanzen und die Wälder retten? Der Regen hat seine Gesetze, die wir respektieren sollten. Der Bruch mit dem Gesetz bringt Trockenheit, Armut und Tod mit sich. Das ist auch ein Bild für das Göttliche.
Jakobus sagt uns, dass die Weisheit von oben kommt, damit meint er Gott, unseren Himmlischen Vater, der heilig ist. Diese Weisheit von oben heiligt uns nicht nur, sondern sie macht uns friedfertig, freundlich, gehorsam, barmherzig und gerecht. Sie macht uns zu Friedensstiftern. Das würde bedeuten, dass wir eine gute Ernte abgeben. Eine gute Ernte für den Bauer wäre ein Jahr mit viel Regen und Sonne. Eine gute Ernte für uns wäre viel Weisheit, eine Weisheit, die von oben kommt.
Bezüglich der Umwelt weiß ich nicht, ob die Grünen die schlechten Einflüsse auf die Umwelt zügig genug verändern können. Aber dem Menschen ist die Möglichkeit sein Leben zu verändern gegeben … Jakobus sagt uns, dass wir unsere innere Umwelt durch die Eifersucht zerstören können. Das verhindert, dass die Weisheit und alles, was sie mit sich bringt, zu uns kommt. Jakobus beschreibt in der zweiten Lesung, die wir heute gehört haben, die Eifersucht und den Streit. Die Eifersucht vertrocknet unseren Geist und bringt keine Frucht hervor, sondern nur Streit und Krieg. Dies alles kommt nicht von oben, sondern vom Innern des Menschen, von seinem Begehren, von seinen bösen Absichten, von seinen Leidenschaften. Gott hat seine eigene Politik. Er stellte die Politik der Zehn Gebote auf. Diese Gebote ermöglichen, dass die Eifersucht und der Streit keinen Raum gewinnen und so kann die Weisheit von oben kommen. Christus aber bringt allen, die mit ihm in Verbindung sind, Ruhe, Frieden, Freude, Freiheit und die Festigkeit in ihm, damit der Mensch eine personale Beziehung mit dem Vater haben kann. Diese Ruhe, dieser Friede, diese Freude, diese Freiheit und die Festigkeit in Ihm ist der Boden auf dem Gott zu uns kommen möchte, um mit uns zu leben und zu bleiben. Wir können, das Evangelium Christi verstehen, wenn wir dies Verstehen. Es ist die Welt der Seligpreisungen. Die Seligpreisungen sind die Welt, besser gesagt, der Himmel, wo Gott und der Mensch sich treffen.
Christus wirft dem Apostel nicht vor, dass er der Erste sein möchte, sondern er zeigt, wie er der Erste sein kann. Wer der Erste sein möchte, soll den Anderen dienen. Um zu dienen, brauchen wir den Stand der Ruhe, des Friedens, der Freude, der Freiheit und der Festigkeit in Christus. Wir benötigen die Liebe und die Bereitschaft, alles zu geben, was er braucht. Das wird Seligkeit genannt. Das ist der Friede in Fülle, die Christus dem gibt, der in ihm bleibt. Dies ist ein Friede, den die Welt nicht geben kann. Wer in der Welt der Eifersucht, der Unordnung, der Leidenschaften und des Egoismus lebt, ist nicht bereit zu dienen, sondern nur zu streiten. Dies ist die moralische Umweltkatastrophe. Mit der Welt der Seligpreisungen gibt uns Christus eine Lösung. So werden wir selig. Wir werden zu Bewohnern des Himmels.
Christus gibt kein Gebot wie: du sollst nicht töten, nicht verleugnen, nicht stehlen. Er sagt uns, wir sollen uns den Frieden, die Seligkeit, die er uns schenken möchte, aneignen und dann wird er uns alles, sprich, den Himmel als Erbe geben. Ein göttliches Leben wird von oben auf uns ausgegossen. Es wird uns durchdringen, wie das Wasser die Pflanze durchdringt. Wir werden Früchte hervorbringen. In uns ist dann alles Ruhe. Die Welt mit all ihren Sorgen wird nicht im Streit zu uns kommen, sondern im Frieden; sie kommt nicht in Trauer, sondern in Freude. Die Freiheit von der Eifersucht bringt ein Schweigen zu mir, dann werden Christus und der Vater zu mir kommen, um mit mir zu wohnen. Dann teilen sie mit mir seine Seligkeit und die Seligpreisungen. Dahin zu kommen ist das Zentrum unseres Christseins. Dieser Weg steht uns allen offen. Christus sagt uns heute: sucht die Seligkeit! Der, der die Seligkeit sucht, wird der Erste sein. Wer selig ist, reinigt sich und er sieht Christus und den Vater im Kind. Christus in einem Kind zu sehen, bedeutet rein zu sein, denn die Reinen im Herzen werden Gott sehen.
20210905_23 Sonntag im Jahreskreis_B
20210905_23 Sonntag im Jahreskreis_B
Wir sind in der Wahlperiode, in einer Zeit der Unterscheidung und der Entscheidung. Da sucht man nach markanten Kriterien, um sich für diesen oder für jenen Kandidaten zu entscheiden. Dumm wäre, wenn ich mich entscheide für einen, weil der sympathischer ist, besser spricht, mehr als der andere verspricht. Damit erkläre ich mich als kein guter Wähler. Einen Kandidaten zu wählen soll auf festen überzeugenden Kriterien begründet sein. Zum Beispiel, ob mein Kandidat mehr Entscheidungskraft, mehr Visionen und Differenzierungsvermögen in einer Situation besitzt als die anderen und nicht einen anderen Afghanistan-Fehler begeht. Mein Votum ist wichtig, denn ich kann die Zukunft der Nation mitentscheiden. Christus ist die Nation. Ich würde Christus, der Nation, der Kirche, der Gemeinde Schaden zufügen, wenn ich die Auswahl einer Person praktiziere, um einen eigenen Gewinn damit zu erreichen. Ich würde Christus Schaden zufügen, denn er ist derselbe in jeder Person der Gemeinde. Jede Person der Gemeinde hat eine Würde, weil Christus in ihr ist. Wir können viele Unterscheidungen machen, dieser ist sympathisch, klug, gelehrt, der andere ist ein bisschen dumm, einfach, unsympathisch. Sie erregen in mir Abneigung, Ablehnung, Abstand. Wenn ich so handle, sehe ich Christus in dem anderen nicht. So verletze ich den Glauben an Christus und ich handle nicht so wie er, „der alles gut gemacht hat“. Wenn Christus das Zentrum meines Lebens ist, ist es selbst verständlich, dass ich mich wie Er verhalte. So würde ich wie Christus handeln, „der alles gut gemacht hat“. Wer es so macht, ist im inneren Gebet. Gut handeln, wie Christus ist Gebet. Der kann gut beten.
Wir können uns fragen, was hat Christus gut mit uns gemacht? Einiges schon. Christus hat uns erlöst, vom Bösen befreit. Er hat uns ein großes Potenzial gegeben, die sogenannte Heiligmachende Gnade. Und auf Grund dessen hat uns der Vater als seine „geliebten Kinder“ angenommen. Als Kinder sind wir in eine Beziehung mit Christus und mit dem Vater eingetreten. Das ist die Nation von Christus. Wenn ich ihn wähle, wähle ich diese Welt. In dieser Welt gilt: lieben wie Christus geliebt hat. Das bedeutet: nicht durch Ansehen zu unterscheiden. Wir alle tragen die Würde der Gotteskindschaft. So haben wir es im Tagesgebet erkannt. Wenn wir dann auf einen Menschen treffen, sollen wir in ihm ein Kind Gottes sehen, sonst schaden wir dem Glauben an Christus.
Wir wählen einen Kandidaten, weil er Vieles verspricht. Er überzeugt uns und wir wählen ihn. Aber wir erwarten auch, dass er die Versprechungen umsetzt. Er soll wirken, was er versprochen hat. Christus und der Vater sind wie Politiker, die viel versprechen. Aber sie handeln auch. Wir als Wähler sollen mitmachen. Sie versprechen uns die wahre Freiheit und das ewige Erbe. Die Schenkung ist eine Wirkung Gottes in uns. Christus hat uns das notwendige Potenzial gegeben, um das Böse in uns auszurotten. Das bedeutet die Erlangung von Freiheit. Aber ich soll mit der Freiheit, so wie mit der Gnade handeln. Mit der Befreiung vom Bösen kann ich das Gute wirken, den Bruder lieben wie Christus uns geliebt hat. Die Politik sichert die Freiheit, damit ich die Freiheit für etwas Gutes benutze. Ich darf sie nicht missbrauchen. Gott wirkt in uns, damit wir mit dem Geschenkten entsprechend wirken. Es ist so, als würden sich die Politiker und die Bürger einig fühlen. So sollen wir uns mehr mit Gott verbinden. Gott wird uns nicht eine höhere Rente geben, wie es ein Politiker machen kann, sondern ein größeres Erbe in der Ewigkeit, das ein Politiker nicht geben kann. Also bitten wir Gott, dass er uns etwas gibt. Aber dann sollen wir mit dem Empfangenen handeln. Nur so können wir heilige Kinder werden und ein großes Erbe erhalten. Für Christus geht es darum, dass wir als Kinder Gottes uns umwandeln und heiligen und ihm gleich werden. So möchte er aus uns einen Himmel machen, wo der Vater und der Sohn in einer gemeinsamen Liebe eins mit uns sind. So wird unsere Würde verherrlicht, denn wir können wie eine Familie mit Gott erleben. Wir werden in einem Reich leben, wie der Mensch es in seiner Geschichte nicht schaffen könnte. Ohne Krieg und Gewalt, gerecht und friedlich. Dafür aber müssen wir uns für Gott Vater in jedem Moment entscheiden, und nicht alle vier Jahre. Das ist ständiges Gebet. Gott Vater ständig im Herz tragen und mit ihm und Christus, „der alles gut gemacht hat“, unser Leben gestalten.
Mit Gott zu wirken macht uns alle zu „geliebten Kinder eines gemeinsamen Vaters“. Dieses Ziel verbindet uns alle, als Brüder und Schwestern desselben Vaters. Dieses Ziel zusammen zu erreichen, macht uns zu Gemeinschaft, zu missionarischer Kirche. Der Vater wartet auf uns alle, um uns zu verherrlichen.
20210722_Hl.Maria Magdalena
20210722_Hl.Maria Magdalena
Hld 3,1-4a/ 2 Kor 5,14-17
„Ich suchte ihn, den meine Seele liebt und fand nichts. Und da fand ich ihn, den meine Seele liebt“. Dieser Text erinnert mich an mein Dorf in der Sommernacht. Ich gehe in dunklen Straßen als kleines Kind und immer wieder fand ich junge verlobte Paare in dunkeln und stillen Ecken, oder an der Tür des Hauses. Ich sah neugierig, wie sie plauderten oder sich küssten. In jenen romantischen Sommernächten im Dorf hatten sie den gefunden, den sie liebten. Es könnte jeder von uns sein. Das Evangelium stellt uns die Person von Maria Magdalena vor, sie passt genau zur Braut des Hoheliedes. Diese Braut ist das Symbol heute in diesem Gottesdienst von unserer Liebe als Menschen zu Christus. Maria Magdalena sollte es uns also zum Nachdenken bewegen.
Sicher haben Sie so etwas als verheiratete Menschen erlebt. Die ganz, von Kopf bis Fuße, verliebt waren. Irgendwann habe sie ihren Mann, Ihre Frau kennengelernt. Er oder Sie hatte Ihnen gefallen; dann irgendwie entsprang die Liebe. Und Sie sagten sich: Dies ist mein Mann, dies ist meine Frau. So erzählte mir eine Person. Ich hatte eine lange und glückliche Ehe, die nicht zu vergessen ist. Der Mann starb. Nach 10 Jahren Witwendasein hat sie wieder einen Mann kennengelernt und da entsprang wieder die Liebe. Dann habe ich ihn mir geholt, und habe wie im Hohelied gesagt, „ich ließ ihn nicht mehr los, bis ich ihn in die Kammer derer brachte, die mich geboren hat“.
Wie können wir dieses Bild als Symbol von unserer Liebe zu Christus verstehen? Wenn wir nicht so eine Beziehung als Liebhaber mit Christus haben, haben wir unser Christsein verfehlt. Wir haben eine Geschichte in der Beziehung mit Christus. Es ist ein Moment des Kennenlernens. Wir kennen Christus aus dem Evangelium. Wir lesen dabei nicht Geschichten oder Märchen, sondern von einer Person, Christus, wie er handelte, wie er sprach, was er dachte, wie er lebte. Wenn das so ist dann kommt auch hier der Funke der Liebe zu uns; “das ist mein Mann". Dann soll ich mich auf die Suche machen. Ich lerne aus dem Evangelium wie Er zu sein. Ehrlich und gerecht, sanft und verständnisvoll, mächtig in Wort und Tat, heilig. Und weil ich gelernt habe, zu sein wie Er, weiß ich im eigenen Fleisch, wer ist Er, den meine Seele liebt. Und das geschieht auch noch heute, nach 2 000 Jahre. Natürlich ist diese Liebe aus der Seele in den Geist gesprungen. Und wie wird dieser Funke der Liebe in uns entzündet? Von mir aus? Nein! Nicht von uns, sondern von Christus selbst. Er schenkt mir seine Liebe. Diese Liebe wächst in mir, wenn ich wie Er werde, in ihn hineinschaue und ich in Christus bin, als, eine neue Schöpfung. Diese neue Schöpfung ist es, und in diesem Sinne “eine Verlobte” Christi zu sein. Das bedeutet eine personale Begegnung, eine Einigung in Seele und Geist mit Christus. Wenn ich solche eine Einheit habe, dann kann ich sagen, ich habe den gefunden, den ich liebe. Und die Kammer, wohin ich ihn bringe, ist nichts anderes als mein Geist, der im Stillen und Schweigen betet, da wo ich allein mit ihm bin. Da bin ich im Tempel, im Grab. Und da weine ich, wenn ich Ihn nicht finde, wie Maria. Und in diesem Tempel finde ich Ihn, den ich liebe; wie am Grab. Und wie Maria würde ich ihn holen und in mein Tiefstes bringen. Da bin ich mit Ihm, den ich Liebe.
Diese ist eine persönliche Liebe, zu der uns Christus einlädt. In unseren Inneren können und sollen wir Christus anfassen und ihn nicht mehr loslassen. Diese persönliche Beziehung ist nicht unmöglich für uns Menschen. Das würde unser Leben in großem Masse bereichern. Ich demonstriere nicht für mehr Gerechtigkeit in der Welt, aber ich werbe für gerechte Menschen, die mit Gerechtigkeit leben, die mit Christus den Humanismus der Gerechtigkeit fordern. So demonstriere ich es dann auch, denn nur mit Ihm lerne ich gerecht zu sein wie Er. Dann sind wir das “Salz der Erde”, wie Christus sagt.
Diese persönliche Beziehung durch die Liebe zu Christus ist für mich die Botschaft von Maria Magdalena. Diese Beziehung, die sie mit Christus hatte, sollen wir in uns einbauen und verfestigen, täglich. Nur so können wir den großen Sinn weitergeben und auch unserer Gemeinde Leben geben. Es geht nicht darum viele Dinge zu machen, sondern ein großer Liebhaber Gottes zu sein.
20210718_16_Sonntag im Jahreskreis_B
20210718_16_Sonntag im Jahreskreis_B
Eph 2,13-18. Mk 6,30-34
Wir haben die Europameisterschaft gesehen. Wir haben gesehen, wie
die, die gewonnen haben, gefeiert haben. Aber wir haben auch
gesehen, wie die, die verloren haben, geweint, gejammert,
geschimpft haben. Für die einen war es der glücklichste Tag ihres
Lebens, für die anderen war es eine Tragödie, der unglücklichste Tag
ihres Lebens. Nicht nur Erwachsene, sondern auch ein Kind von nicht
mehr als drei Jahren haben vor der Kamera geweint, weil England
verloren hat. Eine Europa-Meisterschaft hat die Struktur eines
Krieges. Zwei kämpfen gegeneinander. Es gibt keine Tote, aber einige
Verletzte waren dabei. Wer gewinnt, nimmt den Pokal in
Empfang. Auf einer Seite wird der Pokal von der ganzen Nation auf
der Straße gefeiert. Auf der anderen Seite ziehen die Menschen auf
die Straßen, deprimiert, enttäuscht, beleidigt, voll Wut.
Im Evangelium von heute sieht Christus viele Menschen, die da
waren, und viele andere, die nicht da waren, aber alle waren „wie
Schafe ohne Hirten“. Christus sah das Volk Gottes, das nach dem
Gesetz lebte, aber trotzdem ohne Hirte war. Sie waren durstig, aber
es war keiner da, der sie lehrte so wie Christus. Sie suchten etwas
mehr, das Christus ihnen gab. Deswegen liefen sie ihm nach. Christus
hatte eine Mannschaft mit zwölf Spielern aufgestellt. Er hatte einen
Club gegründet, damit die Schafe unbesorgt sein könnten. Aber die
Schafe gehören zu zwei Mannschaften. Die eine sind die Juden, die
andere die Heiden. Christus organisiert nicht eine Weltmeisterschaft
mit diesen zwei Mannschaften, um dem Sieger einen Pokal zu geben,
sondern er macht aus beiden eine Mannschaft, damit sie den Zugang
zum Vater erreichen. Darin besteht die Meisterschaft. Paulus sagt,
dass Christus „das Gesetz aufhob, um die zwei in sich zu einem neuen
Menschen zu machen“. Er versöhnte die beiden durch das Kreuz mit
Gott in einem einzigen Leib. „Er hat in seiner Person die Feindschaft
getötet“. Er machte Friede unter ihnen. Es ist, als ob die Engländer
und die Italiener mit derselben Freude den Pokal gefeiert hätten.
Christus versöhnt in Ihm alle Völker und alle Rassen. Das ist nur
möglich, wenn wir nicht mehr für uns leben, sondern für Christus.
Also, so zu sagen, als sollten die Italiener sich nicht mehr als Italiener
fühlen, sondern als Engländer und die Engländer als Italiener.
Menschlich gesehen ist das unmöglich, aber nach Gottes Verständnis
ist das möglich. Das fordert aber eine geistige Reife. Worin liegt aber
diese geistige Reife?
Christus möchte alle Schafe zum Vater bringen. Die Schafe aber
brauchen einen Rektor, eine Führung, einen Hirten, damit es ihnen
gelingt, zum Vater zu kommen. Der Rektor oder der Hirte soll helfen,
den Glauben, die Hoffnung und die Liebe aufrecht zu halten. Dies sind
Tugenden, die Christus uns in der Taufe gegeben hat, damit wir uns
ständig den Vater vor Augen halten. Im Tagesgebet wird gesagt:
„Mach uns stark im Glauben, in der Hoffnung und in der Liebe, damit
wir immer wachsam sind“. In einer anderen Situation sagt er,
„wachet, seid wachsam, und betet, damit ihr nicht in Versuchung
fallet“. Diese drei Tugenden halten uns wachsam, denn wir richten
uns zu Gott aus durch sie; wir glauben, wir hoffen und wir lieben Gott.
Es
sind Tugenden, die uns mit Gott verbinden. Aber wir müssen darauf achten,
dass diese Tugenden frei wirken können. Frei von Neid und Leidenschaften, frei
von sich selbst und jeder egoistischen Tendenz. Frei von Gedanken, die uns
zerstreuen und an unnützen Dingen festhalten lassen; frei von jeder Sorge, die uns
den Frieden raubt. Die Tugenden können nicht in uns wirken, wenn wir nicht
frei von alldem an ihnen festhalten. Ich soll glauben mit all meinen Gedanken,
ich soll hoffen mit all meiner Kraft und ich soll lieben ganz frei von mir selbst.
Wenn es so ist, dann können die Tugenden in uns wirken. Also soll ich die
Tugenden freihalten, damit sie mit ihrer ganzen ekstatischen Kraft in mir
wirken und ich immer wachsam bleiben kann. Dieser Gott Vater sieht in uns
allen seine Kinder. Es gibt dann keine Italiener mehr noch Engländer, weder
Gewinner noch Verlierer.
Wir können mit dem inneren Schweigen und mit der inneren Ruhe lernen, jene
Reifung zu erlangen, die notwendig ist, damit ich aus dem Glauben, der
Hoffnung und der Liebe immer wachsam bleibe.
20210711_15Jahreskreis_B
20210711_15Jahreskreis_B
Eph 1,3-14; Mk 6,7-13
Wir sprechen danach ein bestimmtes Glaubensbekenntnis. Wir glauben an etwas, das es geschah, aber es ist nicht einfach anzunehmen. Nur durch die Kraft des Glaubens, der in uns zu gegen ist, nehmen wir alles an. Aber Paulus stellt uns in seinem Brief eine Art von Glaubensbekenntnis vor - viel interessanter, finde ich. Aber ich nehme an, dass ihn ihnen dies bekannt ist. Wir waren Gottes Idee schon bevor wir empfangen wurden. In dieser Idee waren wir als Kinder Gottes „heilige und untadelige Menschen“ und als solche Kinder Gottes würden wir in Ewigkeit mit ihm leben. Als wir empfangen wurden, wurden wir diese Idee im Fleisch. Aber dann kam die verdammte Erbsünde, die schlimmer als eine Pandemie ist. Gott Vater, weil er uns liebte, sandte seinen Sohn. Er erlöst uns von dem Bösen und vergibt uns die Sünde. In Christus bekommen wir eine Weisheit und Einsicht, damit wir das erfahren, was wir nach Gottes Vorstellung sind. So können wir diese Idee Gottes erkennen und verwirklichen. Wir leben in dieser Zeit, aber er wird die Zeit vollendet und dann gehen wir über in die Ewigkeit. Das wäre eine Beschreibung des Laufes von der Geschichte der Menschen nach Gottes Sicht.
Aber der Mensch will seine eigne Geschichte in der Zeit schreiben. Wir Menschen wissen, was Gott will. Jedoch dieser Wille Gottes will gemacht werden. Der Wille Gottes ist wie ein Rad. Wir sind der Wagen. Wir bewegen uns im Leben auf den Rädern. Wir sind aber nur dann auch die Räder - und nicht das passive Ersatzrad - in dem Moment, in dem wir in Christus sind.
Christus gibt uns, die an ihn glauben, zwei Dinge. Eines ist das Evangelium und das andere ist der Heilige Geist. Hier geht es nicht um ein passives Glaubensbekenntnis, sondern um aktives Tun. Auf diesen beiden Hilfen rechnet Christus, die Idee Gottes, die wir sind und Gott in jedem von uns, um Ihn verwirklichen zu können. Wir überlegen weiter. Die FIFA organisiert die Europameisterschaft: Viertelfinale, Semifinale und Finale sind schon programmiert. Aber man weist nicht, wer spielen wird. Die Mannschaften, die das Final erreichen werden, müssen das Viertel- und Semifinale gewonnen haben. Er nimmt die Stellung ein, die die FIFA programmiert hat. In dem Evangelium finden wir eine Programmierung. Wenn wir ein Spiel gewinnen, so zu sagen, haben wir nach dem Evangelium gehandelt, treten wir zum nächsten Spiel an. Um am Ball zu bleiben, sollen wir nach dem Evangelium handeln und nicht nach unserem eigenen Interesse. Wer am Ball bleiben möchten soll auf den Hl. Geist hören und seiner Inspiration folgen. Wenn wir diese beide Punkte nicht erfüllen, sollten wir nach Hause fahren.
Also wir finden bei Paulus die Etappe unseres Lebens im Evangelium und im Hl. Geist. Es ist ein Glück, dass wir in Christus die Erlösung von unserer Bösartigkeit, die Verzeihung unserer Sünde haben, aber wir müssen das Evangelium, das er uns gelehrt hat, als Leitlinie unseres Leben annehmen und den Hl. Geist, der in uns Wohnung hat, folgen und uns durch ihn heiligen lassen. Denn die Idee Gottes war, dass wir heilig und untadelig, rein, sind. Aber durch die Sünde wurde dieses Projekt kaputt gemacht. Wir sollten daher heute nun erst recht am Ball bleiben. Das erfordert von uns, das Evangelium aufmerksam zuhören und danach zu handeln. In das Innere zu gehen und im Schweigen bleiben, damit wir den Hl. Geist hören können.
In Tagesgebet wurde gesagt, „gibt uns Kraft zu meiden, was Christ zu sein widerspricht und zu machen, was unserem Glauben entspricht“. Diese sind die Konflikte in unserem Leben. Durch meine Leidenschaften, Neid, Laster, Gier bin ich geführt etwas zu tun, das dem Evangelium widerspricht, bzw. nicht mit dem Evangelium entspricht. In diesem Moment soll ich auf das Evangelium zugreifen und hören, was es mir sagt und lehrt. Die Liebe, die Armut, die Großzügigkeit, die Geduld und Kraft sollen auftreten. Hier bin ich am Ball und gewinne, oder ich gehe zurück nach Hause. Diese persönlichen innere Konflikte kommen immer zu uns. Der Hl. Geist öffnet mir die Augen und die Ohren, um zu hören und zu sehen, was Christus mir sagt. Aus mir kommt die Kraft, das “Ja” zu Christus zu sagen, denn die Gottes Gnade genüg. Und wenn wir gewinnen, werden wir Gottes „Eigentum“. Das ist unsere Pokal. Wir werden die Verwirklichung Gottes Idee. Deswegen bleiben wir am Ball!
20210627_13 Sonntag im Jahreskreis_B
20210627_13 Sonntag im Jahreskreis_B
Wir werden ständig aufgefordert, etwas Geld zu geben. Überall, drinnen in der Kirche und draußen. Von der Kirche und vom Staat werden wir zur Kasse gebeten. Die Katastrophen und Nöte der Welt erfordern von uns den Einsatz von Geld. Einige politische Parteien fordern, dass die Reichen mehr Steuer bezahlen sollen. Der Staat hat ein Ministerium, um der dritten Welt zu helfen. Und bei alldem geht es um ein Prinzip, das Paulus in den Begriff „Ausgleich“ gefasst hat, der schon in der Bibel mit dem Inhalt beschrieben wird, „wer viel gesammelt hatte, hatte nicht zu viel, und wer wenig, hatte nicht zu wenig“. Unter diesem Axiom organisiert Paulus eine Hilfsaktion für die Gemeinde von Jerusalem. Eine Aktion unter Christen. Die Voraussetzung dafür ist nicht diejenige, die die Politik formuliert, weil sie reich an Geld sind, sondern Paulus formuliert dies, weil sie reich an Glaube und Erkenntnis, reich an Liebe und Großzügigkeit sind. Die Kirche fordert Geld unter denselben Voraussetzungen wie Paulus. Wir können uns untereinander helfen. Brandenburg stellt Geld zur Verfügung für das Institut „Demos“ für Gemeinwesenberatung. Das Land unterstützt dieses Institut mit Steuergeld, damit es gegen Gewalt, Rechtsextremismus, Rassismus und Fremdenfeindlichkeit und für die Demokratie kämpfe. Das kostet Geld und das müssen wir bezahlen.
Die Katholische Kirche ist eine Institution, die auch Geld braucht, damit sie als Institution bestimmte Aufgaben unter den Menschen und mit den Menschen erfüllen kann. Hier steht meine Reflexion, meine Frage. Die Aufgabe der Kirche ist es, Christus in den Gläubigen und in der Gesellschaft wirken lassen. Die Kirche als Institution kann viele Initiativen unternehmen. Aber all dies kann nur zu einem helfen, die Wirkung Christi und seines Evangeliums wirken lassen. Die Kirche ist ein Institut, das dafür sorgt. Aber die wahren Protagonisten dabei sind der Getaufte und Christus. Die Kirche dient dem nur. Das genannte Institut Demos dient einerseits zur Förderung einer demokratischen Kultur und dafür kämpft es gegen den Extremismus. Die Kirche dient zu Förderung der christlichen Kultur und fordert dafür, dass alle Christen in sich das Evangelium verkörpern. Die Kirche hilft, aber die Verkörperung muss jeder Christ in seiner Beziehung zu Christus vollbringen. Die Kirche vertraut den Christen und weckt in ihnen die Hoffnung, dass sie lebendige Christen werden. Die Kirche hilft und dient dabei. Aber der wahre Kampf liegt in jedem von uns. Wenn daher zum Beispiel ein Christ, Priester oder nicht, ein Skandal für einen anderen ist, dann liegt in erster Linie in ihm ganz persönlich die Verantwortung. Wenn einer ein Heiliger ist, liegt es an ihm selbst und an Christus. Der Ursprung dafür liegt in der Taufe. Darin wurden wir zu Kindern des Lichtes gemacht, weil wir die heiligmachende Gnade erhalten haben: das ist Christus in uns. Diese Gnade wirkt in uns persönlich durch die Liebe zu Christus. Durch diese Liebe sterben wir für uns selbst und leben für ihn. Es ist die größte Ehre eines Christen, Christus zu gefallen. Das ist eine personale Antwort auf die Gnade, die wir in der Taufe bekommen haben. Das soll jeder geben. Die Kirche hilft uns und fordert von uns, dass wir nicht allein sind, sondern in Gemeinschaft in demselben Streben. Und das ist eine Hilfe, aber der entscheidende Akt liegt in uns ganz persönlich. Das macht uns reich im Geist. Die Taufe gibt uns die heiligmachende Gnade, Christus nimmt Platz in uns, damit wir uns heiligen und werden wie Er; eins mit Ihm, ich in Ihm und Er in mir. Das ist nur möglich, wenn ich diese Gnade nutze. Die Kirche hilft dabei. Aber alles geht nur über Christus und uns, ganz persönlich. Dazu sollen wir uns entscheiden: für Christus oder gegen Christus. Wer nicht so handelt, lässt zu, dass die Finsternis des Irrtums über ihn Macht gewinnt. Wer unter dieser Macht steht, ist schon aus der Kirche ausgetreten, der hat sich schon von Christus getrennt.
Dagegen, wer in Christus und für Christus lebt, bekommt eine neue Vision von der Kirche und der Gesellschaft, die Vision einer christlichen Kultur, die größer ist als die Vision anderer Kulturen. Es ist die Kultur der Liebe und der Seligpreisungen, eine Kultur der Wahrheit. Nicht die der einer Demokratie, in der alles gilt.
Daher ergeht an uns die Einladung, die Gnade der Taufe in uns wirksam zu machen. Wenn wir unter dieser Gnade leben, leben wir nicht mehr für uns, sondern für Christus. Schweigen zu uns selbst, um das innere Auge auf Christus zu richten und Ihn immer vor Augen zu haben. Dieser Kontakt ist in uns persönlich möglich.
20210618_12SonntagimJahreskreis
20210618_12SonntagimJahreskreis.
2 Kor5,14-17/ Mk 4, 35-41
Ständig und überall hören wir, dass die Kirche in der Krise steckt. Die Skandale bringen die Leute zu Haufen zum Austritt. Die Hierarchie verschließt sich jeder Reform. Die Unfehlbarkeit des Papstes, die in der Zeit des Modernismus entstanden ist, wird noch heute angenommen, gegen den heutigen Zeitgeist den vor allem die Deutschen propagieren. Gruppen schließen sich zusammen gegen den Zölibat der Priester unter dem Motto „die Priester haben auch seine Sexualität“ und damit meinen sie, sie brauchen Sex. Das und viel mehr macht den Wirbel in der Kirche von heute. Alles ist ein Chaos. Aber das ist nicht neu. Es war immer so, mit schlimmeren Folge sogar. Und deshalb ist die Kirche nicht in Krise.
In dieser Situation brauchen wir eine revolutionäre Aufklärung des NT so wie es sozial und politisch in der Französischen Revolution war. Wir müssen das Caos mit dem Evangelium erklären und es zur Ordnung bringen. Paulus legt uns ein Prinzip dar, das notwendig zu erklären ist.
Paulus behauptet, Christus ist für alle gestorben, also sind alle gestorben. Das ist so formell, dass man sich dem nicht so ohne Weiteres anschließen kann. Das ist nicht logisch. Aber Paulus hat eine Logik. Die Liebe verbindet diese beide Behauptungen. Die Liebe zu Christus ist uns von Christus gegeben. Und diese Liebe setzt mich in den Stand, wie Christus zu sein. Also wie er zu sterben. Dieser Tod zerstört nicht das Leben, sondern gibt dem Leben eine andere Dimension. Der Tod ist der Tod in sich selbst. Der Tod ist Schweigen in sich selbst, um nur Christus zu hören. Das Leben ist, für Christus zu leben. Dieses Leben für Christus ist Werk der Gnade, der heiligmachenden Gnade, es ist Christus in uns. Wer aus dieser Gnade lebt, lebt für Christus. Wer nicht aus der Gnade lebt, lebt nicht für Christus und dann auch nicht für seine Kirche. Kann man das unterscheiden? Ja. Der Tod in sich selbst ist ein Reinigungsprozess. Das ist genauer gesagt: Heiligkeit. Wer nicht die Heiligkeit sucht, wer nicht nach Heiligkeit strebt, trennt sich von der Kirche und verliert damit jede Kraft, die wir brauchen, um die Kirche zu reformieren. Die wahre Reform der Kirche ist die von allen Christen gelebte Heiligkeit. Das hat seinen Grund im Evangelium. Jede Reform, die nicht auf der Heiligkeit begründet ist, gründet nicht auf dem Evangelium. Das Motto ist: Tot für sich, leben für das Evangelium.
Die Anhänglichkeit an die eigenen Gedanken, die eigenen Wünschen, das eigene Wohlfühlen bedeutet, dass der Mensch nicht für sich selbst gestorben ist. Das macht ihn unfähig, die Gedanken Christi, die Wünsche Christi und die Intentionen Christi sich zu eigen zu machen.
Wer für Christus lebt, lebt in Christus. Diese Gegenwart Christi in uns, diese Einwohnung Christi in uns heiligt uns und treibt uns an, in der Heiligkeit zu wachsen. Mit dieser Heiligkeit machen wir alles neu, sind wir eine neue Schöpfung. Dann können wir die Kirche reformieren. Wer in Christus lebt, heiligt sich, wer sich nicht heiligt, trennt sich von Christus. Er macht sich damit unfähig, irgendeine Reform voranzutreiben, noch weniger im Namen Christi. Mit ihm zu leben bedeutet, neue Perspektiven zu gewinnen, aus einem neuen Blickwinkel alles zu betrachten, und genauer: es aus dem Blickwinkel von Christus zu sehen. Das unsere ist das Alte. Christus inspiriert uns für das Neue.
In Christus und für Christus zu leben, bedeutet ständig ihn vor Augen zu haben, ständig mit den Augen des Geistes zu ihm zu blicken. Das können wir lernen. Dazu sind wir gerufen: uns zu heiligen und ständig zu beten, damit wir nicht in Versuchung der Unreinheit, des Unheils fallen, sondern immer bei ihm bleiben.
Wer so ständig mit Christus lebt, ist durch die heiligende Gnade beschenkt. Er kann dann mit der Liebe Gottes in sich den Menschen wie einen Bruder sehen, wie einen Bruder betrachten. Die Keuschheit begleitet sein Leben und er kann ohne Sex leben. Wer nicht in Christus lebt, dem fehlt die Gnade der Keuschheit, und daraus erwachsen die Skandale und die falschen Reformen, wenn sie das Zölibat abschaffen möchten, weil doch der Priester eine Sexualität habe, wie es zum Beispiel in den Tagesthemen unwidersprochen proklamiert wurde.
Unsere Berufung ist es, mit Christus in uns zu leben. Unser Blickwinkel ist dann der von Christus. Und ohne Ihn haben wir keine moralische Autorität, unsere Meinungen als seine Meinung in der Kirche zu verkünden, auch wenn viele es so machen.
20210613_11Jahreskreis_BText 13Juni2021
20210613_11Jahreskreis_B
Ressentiment, Groll und Zorn sind Reaktionen, die als
Selbstvergiftung zu betrachten sind. Sie führen den Menschen in die
psychische Erkrankung. Solche Ressentiments führen heute zu dem
Phänomen, dass eine große Anzahl von Menschen unter einer
Unzufriedenheit leidet, in einer Gesellschaft, die von Wohlstand
gekennzeichnet ist. Heutzutage leiden viele Menschen darunter. Der
Mensch leidet unter einer Unzufriedenheit. Es ist geradezu eine
psychologische Pandemie. Der Mensch leidet unter der Erkrankung,
für Manche führt sie zum Tod, zur Isolierung. Eine Lüge, die auf
Nietzsche zurückgeht, ist die Behauptung, dass das Christentum viele
Ressentiments besitze. In Christus aber gibt es keine Ressentiments.
Und die Botschaft, die er verkündet, ist frei davon. Dass Christen
darunter leiden, liegt an ihrer menschlichen Natur, nicht aber an
seiner göttlichen Natur, die aus der Gnade erwachsen ist. Nietzsche
war krank aus einem Ressentiment gegenüber seinem Vater, nicht
aufgrund seiner christlichen Natur. Was ist die Christliche Natur? Das
Gottes Reich in uns. Es ist das, was Christus mit seinem Gleichnis
erklärt. Es ist ein Baum, der in uns als Boden wächst. Was in uns
wächst, ist alles aus Gott. Wir leben in Deutschland. Es ist ein Raum,
wo der Staat uns eine soziale Sicherheit und Frieden garantiert, einen
Wohlstand generiert. Wir sind stolz darauf, Deutsche zu sein und in
Deutschland zu leben. Gottes Reich ist noch viel besser als dieser
Staat oder irgendeine demokratische Republik. Gott Vater sorgt für
uns alle. Er macht sich gegenwärtig in unserem Leben. Der Baum
wächst in uns und ist Teil von uns. Gott wohnt in uns und wirkt in uns
mit uns. Diese Beziehung ist gesund und die Wirkung macht uns
gesund. Dort darf es keine Ressentiments geben, weder Groll noch
Zorn, sondern einzig den Frieden. Christus am Kreuz zeigt keinen
Groll, sondern Verzeihung. Wer unter den Ressentiments leidet,
weist den Anderen alle Schuld zu, reagiert böse gegen den Anderen.
In Christus kommt das Gegenteil zum Vorschein: „Herr vergib ihnen,
denn sie wissen nicht, was sie tun.“
Dieses Reich wächst im Geist des Menschen und versenkt seine
Wurzeln in die Seele. Daher ist sie gesund, frei von jedem
krankhaften Virus, sei es Groll oder Ressentiment, sei es Hass oder
Rache, sei es Neid oder Ablehnung. Gott in uns ist Reinheit und
Heiligkeit, ist Liebe und Großzügigkeit. Auf der einen Seite haben wir
eine zerstörte Psyche, auf der anderen einen gesunden Geist.
Paulus spricht zu uns aus der Erfahrung dieses Gottes-Reiches, besser
gesagt: er spricht schon vom Gottes-Reich. Paulus fühlt sich wie im
Ausland, als Flüchtling, „in der Fremde“, sagt er ganz konkret, weil
sein Zuhause „beim Herrn zu sein“ ist. Das ist die reale
Wahrnehmung. Das ist das Reich Gottes, das in ihm gewachsen ist, so
wie Christus ist. Paulus ist dort hingewandert. Bei ihm gibt es kein
Ressentiment, wie die falsche Aussage über die Kirche. Nein. Bei ihm
ist ein gutes Gefühl, das nichts mit Groll zu tun hat: „ich suche meine
Ehre darin, ihm, Christus, zu gefallen“.
Das Ressentiment, der Groll, der Zorn haben ihren Ursprung in der
Anhänglichkeit an sich selbst. Es fehlt dieser Person die Freiheit von
sich selbst, daher vergiftet sie sich selbst mit der Liebe zu sich selbst.
Paulus stellt vor uns ein perfektes Modell von dem, der ganz und gar
zu Christus gehört, so frei von sich selbst, dass er weit weg von sich
selbst sein möchte. Das kann nicht der, der unter Ressentiments und
Groll leidet. In dem einen ist Freude in dem anderen eine zerstörte
Seele. Die Freude und die Ehre zu gefallen sind Früchte des Reiches
Gottes. Wenn ich möchte, dass dieses Reich Gottes in mir wächst,
muss ich lernen, auf mich selbst zu verzichten. Durch den Verzicht auf
mich selbst in allen Gefühlen, Tendenzen und Neigungen, die mich
vergiften. Das Resultat ist eine Freiheit. Diese brauche ich, damit ich
in Gottes Hand übergehen kann. Die Psychologie, der Mensch selbst,
kann sich selbst nicht von sich befreien, sondern die Gnade Gottes
und die Einwohnung Gottes in uns, die uns heiligt, können uns diese
Freiheit schenken und die Liebe zu ihr. Diese Liebe erweckt in uns die
Tugend der Ehre, womit wir suchen, Christus, Gott zu gefallen.
Fronleichnam 3. Juni 2021
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Hebr 9,11-15Mk 14,12-16.22-26
Es gibt viele Leute, die Lotto spielen, mit der Hoffnung, mit wenig Einsatz viel Geld zu gewinnen, sogar mit einem Euro ein Million Euros. Es ist eine Sache von Glück. Aber das kommt selten. Ein Bruder von mir hatte sein Leben lang jedes Jahr die große spanische Lotterie gespielt. Nur einmal hatte er mehrere Tausend Euros gewonnen. Er blieb zufrieden; so ist das Leben.
Aber die Sache mit der Eucharistie läuft ganz anders. Die Eucharistie ist kein Lotto und kein Spiel. Doch wir gewinnen immer. Und außerdem ist Sie keine Sache von Glück. In der Messe, als „Gedächtnis des Leidens und der Auferstehung“ wird uns die „Erlösung zugeteilt“. Immer! Vor vielen Jahren wurden Menschen als Sklaven unterdrückt. Heute fliehen viele Menschen vor Krieg, Gewalt, Umweltkatastrophen und Armut, auf der Suche nach einer Lösung, in andere Länder. Aber alle Menschen brauchen eigentlich, wirklich, eine Befreiung von dieser Welt. Christus hat durch seinen Tod und Auferstehung eine neue Welt geschaffen ohne Sklave und ohne Krieg. Der, der an solchem Gedächtnis teilnimmt, wird von dieser alten Welt erlöst und zur neuen Welt geführt. Das Gedächtnis ist das Nehmen und Essen von dem Brot und von dem Leib. Jeder, der das macht ist erlöst. Er wird schrittweise von dieser Welt, von sich selbst befreit. Christus befreit uns von unserer Begierde, von unserer Bosheit, von der Neigung zur Welt, befreit uns von uns selbst, von unserem Egoismus, von unserem großen Ego. Dies sind einige von den Früchten, die wachsen, aus dem Brot – seinem göttlichen Brot – das wir essen. Nicht nur das, sondern er gibt uns auch einen „vollen Genuss“ der Gottheit Christi. Wir bekommen ein Vorgeschmack von dieser neuen Welt. Das alles ist bereits Erlösung. Wenn wir das haben, der Vorgeschmack, wird unser Geist schon von Freude erfüllt. Wir träumen von der neuen Welt. So gesehen, ist die Eucharistie tatsächlich viel mehr als Lotto, wo ich eine Nummer kaufe und wahrscheinlich werde ich nichts gewinnen – selbst wenn. Aber bei der Eucharistie werde ich sicher gewinnen. Und es geht nicht, um Geld zu gewinnen, sondern die neue Welt, die Welt der Zukunft, sicher zu gewinnen. Paulus nennt es „das verheißene ewige Erbe“. Die Eucharistie reinigt uns, damit wir nicht in toten Werken verharren.
Christus gibt uns mit der Eucharistie die Gnade, die wir brauchen, um nach seinem Evangelium leben zu können. Er erwirkt in uns eine Reinigung, er heiligt uns, in dem er uns von unseren Begierden, von unserer Bosheit, von den Neigungen zur Welt, von unserem Egoismus, von unserem großen Ego befreit und seine Liebe in uns entzündet.
Christus hat gesagt: Wer mich liebt und mein Wort erfüllt, dann werde ich und mein Vater zu ihm kommen und in ihm einwohnen. Dabei soll ein Prozess in uns stattfindet. Hier wirkt schon die Eucharistie. Christus starb, um uns zu retten. Mit der Gnade, die die Eucharistie uns gibt, verwirklicht er in uns, was er mit seinem Tod gewonnen hat.
Nicht an der Kommunion teilzunehmen, bedeutet, nicht an dieser Erlösung teilzunehmen. Man sagt, die Messe ist langweilig, man versteht nichts, es ist nur für alte Leute. Ich würde antworten, wenn deine Erlösung keine Rolle in deinem Leben spielt, wenn an Christus nichts interessant ist, wenn Christus keine Rolle in deinem Leben spielt, dann ist die Eucharistie langweilig- dennoch nicht vergeblich. Christus und sein Evangelium sind die Voraussetzung, um an der Eucharistie teilzunehmen. Erst wenn ich den Geschmack des Göttlichen probiert habe, dann kann ich auch einen Sinn in der Messe finden, weil sie auch ein Gebet ist. Es ist mehr als eine Feier, es ist eine persönliche Umwandlung in meinem Inneren; es ist mehr als ein einfaches Gedächtnis, wie zB mein Geburtstag. Es ist eine innere Begegnung mit Christus, die Betrachtung von ihm. Ohne diese innere Voraussetzung nutzt jedes Lied, jede gute Rede so gut wie nichts. Lassen wir uns also von Christus innerlich berühren. Wenn wir innerlich im Gebet sind, dann wird uns Christus berühren und mit seiner Gnade erfüllen. Christus ist da in seinem Brot und ruft uns alle. Er möchte uns heiligen. Er möchte uns erlösen und rein vor unseren Vater im Himmel führen.
Pfingstmontag 24. Mai 2021
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Für jeden gibt es im Laufe des Jahres viele Anlässe zu feiern, zum Beispiel Geburtstage oder Hochzeitstage. Im Leben gibt es vieles, das erinnerungswürdig ist. Möglicherweise aber denkt keiner an den Tag, als der Heilige Geist seinen Schatten auf euch warf. Und vielleicht sagt ihr, dass ihr gefirmt seid, aber nie von einem Geist berührt, wie Maria bei dem Besuch des Engels Gabriel. Vielleich sagt ihr: Ich brauche keine Hilfe, ich genüge mir selbst. Aber wirklich, der Geist hat uns berührt und ruht auch heute noch auf uns. Das feiern wir. Wir feiern den Geist, der uns begleitet. Es ist wie eine Geburt zu Gott. Mit der Taufe sind wir zur Gnade geboren. Mit der Kommunion erlöst uns Christus jedes Mal, wenn wir kommunizieren. Wir wachsen in Gnade und sie dringt in alle Ecken unserer Seele, damit sie reiche Früchte bringt. Es ist unser tägliches spirituelle Essen. Und der Heilige Geist bedeckt uns und bringt uns zur Herrlichkeit Gottes. Er offenbart uns die Welt Gottes und gibt uns die Weisheit, die uns erkennen lässt, was uns der Vater geben wird. Paulus macht dazu eine wichtige Aussage: Der Heilige Geist ist der erste Anteil des Erbes, das wir erhalten sollen. Also, der Himmel ist schon in uns und mit uns. Er begleitet uns. Das ist, was ich sagen wollte mit den Worten: Er wirft seinen Schatten auf uns. Wir sind uns eines Himmels bewusst und eines Gottes, der in uns ist. Wir können von Gott sprechen, wir können zu Gott beten, wir können in unserem Inneren schweigen und Gott hören, weil der Hl. Geist in uns wirksam ist. Wir haben Gewissheit, dass Gott da ist, weil Er uns diese Gewissheit gibt. Was feiern wir an Pfingsten? Dass wir zu einer Welt gehören, die uns vom Heiligen Geist gegeben ist. Es gibt darin keine Wolke, auch keine Sonne, weder Winter noch Sommer. Es ist ein erster Anteil, der uns träumen lässt. Die Freude, die Liebe, der Frieden, die Sanftmut und der Sinn für Gerechtigkeit ist uns vom Hl. Geist gegeben. Das ist ein Teil von uns, in dem es weder Tag noch Nacht gibt, sondern eine Weisheit und eine Gewissheit, die nicht aufhören weder in Krankheit noch in Zeit der Pandemie. Der Hl. Geist ist die Vollendung des spirituellen Lebens und der Liebe, des Bewusstseins und der Hoffnung. Dass wir das alles haben, ist es, was wir feiern. Wir feiern das Aufwachen zu einem neuen Leben.
Ist das möglich in Zeiten von Krisen und Skandale, in Zeiten von Ungewissheit und Konfusion in der Kirche, unter uns Christen? Auch in dieser Situation wirkt der Geist, aber nicht in allen, sondern in jenen, die sich von ihm leiten lassen. Und damit sich einer von ihm leiten lassen kann, soll er in Schweigen und frei von sich selbst in das Verborgene seiner selbst hineingehen. Das, was wir inneres Gebet nennen, nennt Christus das Verborgene. Da klärt der Geist jede Konfusion, verstärkt in Zeiten der Krise; er gibt Weisheit und Erkenntnis in Zeiten der Ungewissheit. Der Geist wird Quelle des Wissens und nicht die Vernunft des Menschen. Diese Begegnung mit dem Hl. Geist findet ihren Ort im Schweigen des Gebetes. Wer mit dem Schweige zu leben gelernt hat, der kennt die Gegenwart des Geistes. Er weiß um den Schatten, der ihn bedeckt und schützt vor der Welt des Menschen mit ihren Nächten und Tagen, mit ihren Überschwemmungen und ihrer Trockenheit. Wer lernt, sich von dieser Welt zu trennen, wer sich nicht von ihr zerstreuen lässt, erreicht die Erkenntnis der Hoffnung, dass er an der Herrlichkeit Christi teilnehmen wird. Und er lässt sich auch heiligen, damit er an dem Reichtum seines Erbes teilnehmen kann.
Der Heilige Geist möchte aus uns Kinder des Lichtes machen, die vom Reichtum Gottes kosten.
Pfingstsonntag 23. Mai 2021
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Gal, 516-25; Joh 15, 26-27;16,12-15
Der Doñana Park, parque de Doñana, ist der größte Vogelpark Europas. Es liegt am Mündungs-Delta des Guadalquivir. In Winter machen die Vögel aus ganz Europa dort Urlaub. Jetzt investieren die Bauer viel Geld in die Pflanzung von vielen Sorten von Beeren, um diese in Europa zu verkaufen. Es gibt eine große Nachfrage und sie verdienen gut. Aber die Bewässerung erfolgt mit Grundwasser und damit wird das Delta ausgetrocknet. Das Vogelparadies ist in seiner Existenz bedroht.
Gott schafft den Geist und macht sich in ihm gegenwärtig. So prägt er ihn mit seiner Heiligkeit. Der Geist wird dann Gott ähnlich. Der Mensch sollte sich also vom Geist leiten lassen. Der Mensch entstammt aus Gott, um mit Gott in der Ewigkeit zu leben. Das ist das Paradies, das der Mensch sucht. Viele Menschen geben sich zufrieden mit einem kleinen Garten am Stadtrand.
Die Früchte aus einem solchen Garten des Geistes des Menschen ist ein glückliches Leben. Alles ist wunderschön unter den Menschen, die da wohnen. Der Umgang unter ihnen ist gekennzeichnet von Liebe, Frieden und Freude. Die Heiligkeit des Geistes entwickelt eine Personalität in uns, die von bestimmten Merkmalen geprägt ist. Diese Merkmale zeugen von einem schönen und glücklichen Leben.
Wir haben während mehrerer Monate unter Einschränkungen gelitten. Und diese Einschränkungen haben in uns den Wunsch erweckt, einen langen Urlaub am Meer zu machen. Alle haben ihn schon geplant, denn dort sehen wir das Schöne. Aber das gilt nicht für den Geist. In der Heiligkeit des Geistes finden wir die Liebe, die Ruhe, den Frieden, die Freundlichkeit, die Langmut und Sanftmut und die Selbstbeherrschung. Das ist ein wahrer Urlaub für den Geist. Wenn wir das haben, brauchen wir kein Gesetz, das durch die Vernunft geleitet wird, sondern wir haben den Geist, die Heiligkeit, die uns leitet. Das ist unser Paradies, hier auf Erden und dort im Himmel.
Dafür aber müssen wir verzichten, so wie die Bauern auf die Investition für neue Agrarfelder, auf die Investition für das Fleisch. Paulus nennt das die Kreuzigung der Leidenschaften und Begierden mit all ihren Folgen. Jetzt geht es nicht um Äpfel, sondern um Beeren und andere geschmackvollen Früchte. Wir sollen in unserem Inneren die Dimensionen des Fleisches und des Geistes erkennen und bewerten. Der Grund dafür ist, zu Christus zu gehören. Es ist ein Widerspruch, zu Christus zu gehören und gleichzeitig dem Fleisch mit allen Leidenschaften und Begierden zu gehören. Christus zu gehören hat die Wurzel im Geist, dem Fleisch zu gehören hat seine Wurzeln in der Seele und im Leib. In der Seele und im Leib wachsen Erdbeeren. Sie schmecken gut, aber sie vergehen sofort. Wir müssen sie immer wieder nachkaufen und essen. In Deutschland schmecken sie uns gut, aber in den Parks von Doñana lassen wir die Flamingos sterben.
Wir sind berufen, Menschen des Geistes zu sein. Die Heiligkeit mit allen diesen Merkmalen charakterisiert unsere Personalität. So wichtig ist der Geist, dass Christus uns den Heiligen Geist zur Verfügung stellt. Dieser ist eine göttliche Person, die zu uns spricht, aber nicht aus sich selbst, sondern aus dem, was er von Vater und Sohn hört. Dieser Geist heiligt uns und lehrt uns, die Wunder des Paradises zu entdecken. Christus sagt dazu: „Er nimmt von dem, was mein ist, und wird es euch verkünden“.
Das aber erfordert von uns das Hören im Geist. Wenn ich im Fleisch bin, kann ich ihn nicht hören. In dem inneren Schweigen lässt sich der Geist hören, das ist das innere Gebet. Den Frieden des Geistes zu leben, ihn ständig im Geist zu haben, das ist das ständige Gebet. Das Evangelium von Christus, das Wort des Apostels Paulus, Christus zu gehören, fordern von uns dieses innere ständige Gebet, das wir lernen können und sollen, wenn wir nicht allein Pfingsten feiern, sondern wenn wir in einem ständigen Pfingsten leben möchten. Lernen wir also innerlich in der Ruhe der Seele zu schweigen, um die Sprache des Heilen Geistes in uns hören zu können. Wer innerlich schweigt, kann ihn hören. Die Begierde zerstreut und macht aus uns Gehörlose.
Christi Himmelfahrt - 13. Mai 2021
In wenigen Monate werden wir Wahlen haben. Wir haben die Macht, einen Kandidaten zum Bundeskanzler zu wählen. Wir geben ihm eine Macht, damit er dieses oder jenes für uns entscheiden kann. Wir erwarten Vieles von ihm in allen Bereichen des Lebens. Er soll für das Beste für den Staat sorgen. Wir beobachten sehr sensibel und wir erlauben keine Fehler. Uns allen geht es gut, aber trotzdem möchten wir es noch besser haben. Mit Christus passiert etwas Ähnliches. Nach einer langen Kampagne auf der Erde fährt er zum Himmel auf. Von da an leitet er das Unternehmen des Gottesreiches, das „Evangelium zu verkündigen und zu verwalten“; dazu aber er hat die Apostel berufen, erwählt und ihnen den Auftrag erteilt, die Unternehmung weiter zu treiben. So haben wir gehört, dass die Apostel überall auszogen und der Herr bei ihnen war. Er war im Himmel, aber gleichzeitig bei den Aposteln. Die Apostel waren in Christus und Christus war in den Aposteln, in jedem einzelnen. Da oben hat Christus die ganze Macht, aber Er überträgt uns seine Macht, damit wir die Unternehmung mit Erfolg und Gewinn vorantreiben. Er ist in uns, wirkt und zeigt sich uns, wir sind in ihm, wir nehmen von ihm und handeln damit. Aber wenn wir nicht verkündigen oder wenn wir dieses oder jenes falsch machen, kann er nichts machen. Christus ist von uns abhängig. Er wirkt in uns, aber wir verkündigen, was wir von ihm haben. Christus hat die Macht, aber wir entscheiden, dies oder jenes zu machen, so oder so zu handeln, wie in der Demokratie; trotzdem erwartet er viel von uns. Er hat uns dafür gewählt. Also ich handle hier, mit einer Macht, die im Himmel ist und vom Himmel kommt. Christus hat mich dafür gerettet, so zu sagen, er hat mich zu ihm erhoben, die Tür des Himmels hat er mit seiner Natur geprägt. Ich bin zu einer anderen Schöpfung geworden. Darin liegt die Macht für die Verkündigung. Das ist die Rettung, der Himmel ist zu mir oder ich bin zum Himmel erhoben. Für jenen, der nicht glaubt und sich nicht taufen lässt, ist dieser Himmel verschlossen. Er ist also als verdammt zu verstehen, nichts Anderes. Er bekommt nichts von seiner Natur.
Was wir verkündigen sollen, sollte klar für uns sein. Wir verkündigen Christus? Wer er ist? Was er gemacht hat? Wo er ist? Was er noch machen wird? Ja und nein. Mit der Rettung sind wir mit Christus bei ihm. Wir haben aber noch nicht alles, aber ein bisschen. Das zu sagen, ist keine dumme Sache. Paulus sagt uns: “seid demütig, friedfertig, geduldig, liebt euch einander“, im Frieden bewahren wir eine „Einheit im Geist“. Das bedeutet schon, im Himmel zu leben. Wenn wir das haben, dann haben wir den Himmel in uns. Diesen Himmel sollen wir predigen.
Diese Unternehmung nennt Paulus „Aufbau des Leibes Christi“. Das ist ein großes Wort. Wir sind Leib Christi. Das schon, aber wir sind noch im Aufbau, noch nicht fertig. Es ist sehr naiv zu sagen, wir sind der Leib Christi, aber wir bauen nicht weiter. Dieser Himmel soll in uns wachsen. Dieses Wachstum ist eigentlich das Wachstum unserer Heiligkeit, die Kraft Gottes in uns, die Gnade Gottes in uns. Nicht einfach meine Heiligkeit, sondern von uns allen, als Gemeinschaft. Das ist der Leib Christi, alle sind eins kraft der Gnade Gottes in uns. Das ist möglich, weil wir schon am Himmel teilnehmen. Er ist schon gekommen, er ist schon „in euch“, hatte Christus schon am Anfang gesagt.
Christus ist schon da im Himmel, aber wir sind auch schon da mit ihm im Himmel. Deswegen verstehen wir die Erde von Christus aus. Es geht nicht allein darum, Christus zu erkennen, sondern auch die Welt von Christus aus zu erkennen, zu schauen. Wenn wir sie schauen, dann wissen wir, wem wir das Evangelium verkündigen sollen und warum. Sein Evangelium ist die Rettung der Menschen.
Das alles ist unverständlich, wenn wir nicht innerlich im Geist beten, in „Tat und Wahrheit“ und „nicht mit Wort und Zunge“. Wer innerlich betet, weiß etwas vom Himmel. Gehen Sie zur Schule des Gebetes und lernen sie mit Christus zu sein. Gehen Sie zum Evangelium und lernen von Christus, damit Sie „in Tat und Wahrheit“ zu leben lernen. Lernen wir aus der Quelle des Gebetes und des Evangeliums. Christus wird dann bei uns sein.
6. Ostersonntag [B] - 09. Mai 2021
5. Ostersonntag [B] - 02.05.2021
Der April ist zu Ende. Es war ein kalter April, aber wir konnten die Bäume bewundern, wie sie plötzlich begannen zu blühen; die Felder wurden schön grün. Die Natur ist aufgewacht. Ich habe aus dem Fenster geschaut und gestaunt, wie an einem großen Baum alle Äste gleichzeitig blühten. Die Natur ist schön. Und jetzt kommt Christus zu uns und sagt, schau mal, alle diese Blätter, die du bewunderst, könnten ohne den Stamm nicht blühen, so geschieht es auch mit euch. Wenn ihr nicht an mir festhaltet, werdet ihr nicht blühen und danach Früchte tragen. Wie kann ich mir vorstellen, dass ich ein Ast bin und Christus der Stamm ist? Wie kann ich mir das vorstellen! Wir, Christus und ich, sind in einer Beziehung: ich in ihm und er in mir. Er ist in meinem Geiste und Er wirkt in mir und ich in seinem Geist. Dieses In-mir-sein ist der Stammbaum meines Lebens. Ich kann mich nicht von ihm trennen. Daher sage ich, dass ich in ihm bin. Was hält uns zusammen in solcher Beziehung? Der Glaube. Durch den Glauben nehme ich solche Beziehung, dass er in mir ist, als real und ganz persönlich wahr. Aber solche Verbindung bleibt nur lebendig, wenn ich an seine Worte glaube und danach handle. Johannes sagt es sehr schön: „nicht mit Wort und Zunge lieben, sondern in Tat und Wahrheit“. Seine Worte bilden meine Weltanschauung und meine Persönlichkeit. „Wohin gehe ich, Christus, nur du hast Worte des Lebens“, sagt Petrus. Das ermöglicht, dass ich blühe und Früchte trage.
Als Ast des Baumes habe ich erfahren, dass, bevor der Winter anbricht, einige Äste neben mir abgeschnitten wurden. Sie waren trocken und morsch. Sie haben keine Früchte gebracht. Als sie geschnitten waren, wurden die anderen Äste kräftiger. Die Beziehung mit Christus war gebrochen. Wir sprechen viel, aber wir machen wenig. Solch Zustand muss geregelt werden. Christus gibt sich nicht zufrieden damit.
Christus ist in mir, in der Tiefe meines Geistes, in dem Verborgenen von mir. Ich soll einen Zugang schaffen zu ihm; ich soll aus dem Äußerlichen von mir zu dieser Tiefe finden. Dafür muss ich frei von dem Äußerlichen sein und mich frei bewegen. Diese Befreiung ist Reinheit. Das Gegenteil ist die Anhänglichkeit an das Äußerliche und an das „Ichselbst“. Aber wenn ich abhängig bin, wenn ich hänge an etwas, das nicht Christus ist, bin ich nicht mehr frei, nicht rein. Ich muss dann einen Reinigungsprozess durchlaufen wie das Abwasser der Stadt, bevor es wieder in den Fluß fließt. Ich soll gereinigt sein, befreit von jeder Anhänglichkeit. Es mag sein, dass ich an etwas Äußerlichem an mir, wie an einer Person, an Dingen meiner Welt, anhänglich bin. Sie sind Objekt meiner Begierde. Dafür habe ich viele Tendenzen, Leidenschaften, die zu diesen Anhänglichkeiten führen. Ich soll lernen, frei von meiner Begierde zu sein. Mit der Begierde suche ich das Glück in dieser äußeren Welt. Denn tatsächlich hindert sie mich und uns, die Beziehung mit Christus lebendig zu erhalten.
Ich habe auch eine innere Welt rund um mein Ich. Der Ort, wo ich Depressionen leide, Einsamkeit fühle, oder ganz überzeugt von der Richtigkeit meiner eigenen Ideen bin, wo ich ganz sentimental bin, mit einer großen Sehnsucht nach Glück strebe, aber enttäuscht bleibe, weil ich es nicht erreiche. Ich kann sogar vor nichts und niemandem Respekt habe, um ein bestimmtes Glück zu erreichen. Es sind große Kräfte in mir, wie der Stolz, die Leidenschaft, wie alle möglichen Instinkte, die mich in meinem Inneren drängen, danach zu handeln, auch wenn ich weiß, dass sie nicht richtig sind. Ich bin nicht frei von mir selbst. Diese Unfreiheit hindert mich, dass ich in Christus bin und er in mir. Die Beziehung ist gebrochen.
Ich soll lernen, mich selbst zu verleugnen, um frei von alldem zu sein. Jede Anhänglichkeit an uns selbst bedeutet ein Hindernis, um in Kontakt mit Christus zu kommen, um den Freiraum zu bekommen, den wir brauchen, um Christus nahe zu kommen. Das ist, was Christus meinte, als er sagte: „Wenn der Samen nicht stirbt, gibt es keine Frucht“. Wir brauchen also die Selbstverleugnung, die Freiheit von uns selbst und unserer Welt, um die Reinheit zu erreichen, die notwendig ist, um die Gegenwart Christi in uns wahrzunehmen, in der er uns Leben gibt, wie der Stamm allen seinen Ästen.